Tristemente, el hambre en el mundo había aumentado hasta 2017 por tercer año consecutivo, con un número estimado por la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas), de 821 millones de personas enfrentando hambre crónica.
La contribución de Colombia a este grupo de desdichados puede ser del orden de 3,5 millones, considerando que el porcentaje de la población en pobreza extrema en ese año era del 7,4 por ciento (Banco Mundial, “Poverty and Shared Prosperity in Colombia”, 2018).
La pobreza extrema en Colombia está concentrada geográficamente en las áreas rurales y las ciudades pequeñas, pero sobre todo en la costa Pacífica y, en menor medida, Atlántica, pero también en los departamentos más pobres del interior (Cauca y Magdalena) y entre los grupos de pobladores afrocolombianos e indígenas.
Detrás de este aumento en la pobreza extrema hay múltiples factores, como la pésima distribución de la riqueza y del ingreso (siendo Colombia el segundo país con la mayor desigualdad en Latinoamérica y el Caribe, solo superado por Brasil), el mejor, pero limitado, efecto de las transferencias del Presupuesto Nacional, la informalidad y el alto desempleo y, en los últimos años, la marcada desaceleración del crecimiento económico.
A nivel mundial también está la variabilidad y los extremos del clima (falta o exceso de lluvia y aumento global de las temperaturas, comparado con los ciclos anteriormente habituales o históricos que empeoran directamente la pobreza rural). Teniendo en cuenta que el mundo tendrá que acomodar 3 mil millones de personas adicionales durante este siglo, el panorama planetario luce poco halagador.
Existen estudios que demuestran el efecto funesto del cambio climático sobre cultivos como el café, el cacao, y los viñedos (E. Asimov, “How Climate Change Impacts Wine”, NYT,Octubre 14, 2019), entre otros, pero lo que más nos debe preocupar es el impacto sobre los tres cereales generadores de la mayoría de las calorías que consumimos: el maíz, el trigo, y el arroz.
A mediados del 2018, los investigadores encontraron que un aumento de 2 grados Celsius en la temperatura podría reducir el rendimiento del maíz en los Estados Unidos en un 18 por ciento. Un aumento de 4 grados reduciría la cosecha de trigo a la mitad.
Aun si se logra la meta del “Acuerdo de París” de limitar el calentamiento global a no más de 2 grados Celsius, la producción de sorgo se reduciría en un 17 por ciento y en un 60 por ciento si las temperaturas suben 5 grados.
No solo se reducirán los rendimientos de productos agrícolas claves, sino que su calidad en términos de contenido de calcio, hierro y proteínas se verá reducido en forma significativa con el calentamiento, reduciéndose su valor nutritivo (Falter: Has the Human Game Begun to Play Itsellf Out”? B. McKibben, 2019).
La seguridad alimentaria consiste en que toda la población tenga acceso físico, social y económico, en todo momento, a suficientes, seguros y nutritivos alimentos que les permita satisfacer sus necesidades dietéticas y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y saludable (FAO). El logro de este objetivo básico quizá se debe aplicar a nivel de cada familia, pero también a cada individuo dentro de ella.
No podemos olvidar que en algunas culturas se discriminan a las niñas en favor de los varones. Colombia, así como los demás países, deben bregar por eliminar la desnutrición que resulta de una alimentación que es insuficiente, en forma continua, para satisfacer los requerimiento de energía calórica de todos los individuos.
La mayor amenaza a este objetivo resulta de las variaciones anuales en los precios de los alimentos, la producción doméstica, el ingreso de los hogares y la variación de los precios de los productos importados en función de la depreciación de las tasas de cambio de las monedas locales. Los conceptos de disponibilidad, acceso, utilización y estabilidad son críticos para asegurar la seguridad alimentaria.
La literatura señala cinco factores principales para mejorar la seguridad alimentaria: (1) cerrar la brecha que existe entre los rendimientos óptimos y actuales de los productos alimenticios; (2) usar más eficientemente los fertilizantes; (3) elevar la usual baja productividad en el uso del agua, con sistemas más eficientes de riego; (4) enfocarse en los alimentos que entran directamente en la canasta familiar; y (5) reducir el desperdicio y la pérdida de alimentos entre el campo y la mesa. (Amartya Sen, Poverty and Famines, Oxford, 1981).
En síntesis, la seguridad alimentaria es clave porque todos tenemos que comer todos los días y porque una buena alimentación es la base de la salud. Porque el alimento es la base de la economía de todas las comunidades y porque la especialización nos ha hecho excesivamente dependientes de los alimentos importados producidos en áreas lejanas (ej.; trigo).
El calentamiento global va a hacer que estos problemas se agudicen y nos pongan en peligro a todos, pero especialmente a los grupos más vulnerables de la población. ¡La pasividad ante el calentamiento global es la peor estrategia!
Fernando Montes Negret
Economista, Financiero