Es común hablar de que el país tiene una cultura cafetera profundamente arraigada, mientras carece de una tradición minera. Sin embargo, según cifras del 2017 del Statista Consumer Market Outlook, un finlandés consume 10,35 kg de café al año; un holandés, 9,58 kg; un brasileño, 5,8 kg; un estadounidense, 4,43 kg; un colombiano, 1,8 kg. Como puede verse, somos de los países que menos café consumen.
Por el contrario, cuando miramos la actividad minera, esta siempre ha estado presente en el territorio. Desde la época precolombina, la explotación de sal fue tan importante entre los indígenas que en Suramérica se dio la Ruta de la Sal, en donde se intercambiaba la sal marina de la costa Caribe con la sal de roca, proveniente de las rocas andinas. La sal de Zipaquirá llegaba hasta los incas del Perú.
Lo mismo pasó con las esmeraldas colombianas, que han sido encontradas en pueblos precolombinos de Sur, Centro y Norteamérica, como las usurpadas a los aztecas por Cortés, así como una gran cantidad que tenían los incas, que llevaron a los españoles a creer que existían minas de estas esmeraldas en Perú y Ecuador. Y el Museo del Oro, que está catalogado como uno de los mejores del mundo, por contar con más de 34.000 piezas de oro, muestra la actividad aurífera precolombina en todo el territorio, al punto de que durante dos siglos y medio, el oro representó el 100 por ciento de las exportaciones del Nuevo Reino de Granada.
Y su rol central siguió después en la independencia de nuestro país. De hecho, muchos ingenieros europeos que arribaron en la Colombia de Simón Bolívar (la Gran Colombia) llegaron a la mina de Marmato –la más importante del país en la época–; con esta, Francisco de Paula Santander pagó las deudas contraídas en el proceso de independencia y tuvo capital para el funcionamiento y desarrollo de políticas de la naciente república que con orgullo habitamos.
En Santander, nombres de municipios apelan a 400 años de historia minera de oro. Vetas, en honor a las formaciones de oro que existen en su subsuelo; y California, por los grandes molinos que llegaron en su época del homónimo estadounidense, para moler roca y extraer el oro. También Antioquia. Como recuerda Arbeláez Arango, en la época colonial, a diferencia del resto del país, no se dio la agricultura como medio de generación de riqueza, sino como una actividad meramente de supervivencia mientras se buscaba oro. Así, la Antioquia de la Colonia y de la Independencia no fue agrícola, sino eminentemente minera.
Uno de los hallazgos de la Brújula Minera, realizada por JA-A, es que quienes creen que Colombia es un país con una tradición minera arraigada son 21,7 por ciento más propensos a tener una imagen positiva de las empresas mineras. De ahí, entonces, que el reto en términos de comunicación sea darle naturalidad a la actividad minera en Colombia para que no sea vista como una actividad extraña y ajena, sino como una industria que se ha desarrollado teniendo en cuenta la naturaleza, porque fuimos premiados con un subsuelo que puede convertirse en oportunidades para quienes habitamos el país. Esto implica reformular la naturalidad del discurso, apelar a la memoria y recordar que nuestra historia nos debe llevar a pensar en el futuro de una Colombia naturalmente minera.
Jhan Rivera
Director Asociado Monodual
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