Sin duda, la vida cambió. En 1976, en clase de geometría descriptiva, el profesor nos contextualizó la evolución del ser humano a través de las dimensiones espaciales. Primera, el punto; segunda, la línea, que era el punto visto de lado y permitía observar el plano, una foto, por ejemplo; tercera, la profundidad, que generaba el volumen o el sólido, es decir, lo que podemos ver en nuestra vida cotidiana y abarca tres vistas (frente, lado y fondo), y cuarta, el tiempo. Avanzó con más dimensiones y sus complejas explicaciones.
Por ese entonces no había televisión a color en el país, pero recuerdo su gesto con las manos encuadrando el espacio para hablarnos del ‘cajón para ver TV en 3D’ y no en pantalla plana. Me fui convencido de lo escuchado, pero con la inquietud de que el profesor podía haber exagerado. Yo estaba equivocado.
Hoy, cuando vivimos en alguna de las tantas dimensiones que mencionaba aquel docente, la realidad se amplió a lo que llamamos eufemísticamente redes sociales. Algo así como un club o varios, en cualquier caso es una zona de convergencia que, en la práctica, borra cualquier frontera, límite o distancia entre todos. Nuestra existencia transcurre y avanza en una dimensión carnal y otra virtual. ¿Cuál puede ser la distancia entre ambas?, ¿cuál nos importa más? El mundo virtual exige y permite cosas diferentes. Nadie puede prescindir de alguna de sus formas para atender sus necesidades. Quienes intentan mantener una prudente distancia se van quedando regazados, mientras el resto de la humanidad se sumerge cada vez más en ellas. Son la medida de estar presentes o ‘vivos’ y permiten que esa vivencia adquiera la fuerza de estar y de ser.
¿Qué político, estadista o gobernante puede existir sin Twitter? La lista de opciones es larga y se transforma de acuerdo con la necesidad: Facebook, Instagram, LinkedIn, Pinterest, Whatsapp, etc.
Por eso, películas como Matrix son la versión actual de los libros de Julio Verne, un adelanto de lo que ya sucede en nuestro día a día, solo que en el ir y venir lo vamos asimilando sin notarlo. ¿Qué tan difícil es que nos ‘conecten’ literalmente para poder compartir nuestras sensaciones, si, al fin y al cabo, no es más que información codificada?
Las redes sociales han logrado que el intercambio de información y conocimientos alcance velocidades y simultaneidades alucinantes, recreando de manera tan certera la realidad, que es necesario estar vinculados a ellas so pena de ser testigos ajenos de nuestra propia vida. También ha surgido una deformación: pasado y presente caben en un solo espacio y pueden verse juntos sin que nuestros engañados ojos noten la diferencia. ¿Y qué decir de la suplantación, usurpación o difamación que puede sobrepasar cualquier límite convencional? Aquí sí aplica aquello de que no hay enemigo pequeño. Si las redes sirvieron y fueron definitivas para elegir a un presidente en EE. UU., hace casi 10 años, ¿qué más pruebas necesitamos para comprobar su efectividad, y qué tan seguros estamos de si en vez de arrollarnos un camión en la Avenida de los Ingleses en Niza, lo hace en este mundo virtual? Claro, respuesta obvia: en las redes no transitan camiones. Hasta ahora.
Oswald Loewy
Presidente de Sempertex
oswaldloewy@me.com
columnista
Las redes antisociales
Sin duda, la vida cambió. En 1976, el profesor de geometría nos contextualizó la evolución del ser humano a través de las dimensiones espaciales.
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