El resurgimiento del populismo, de izquierda y de derecha, en países democráticos, avanzados y emergentes, es sin duda uno de los desarrollos políticos más importantes de los últimos años. Por mucho tiempo las políticas populistas se consideraron un fenómeno exclusivamente latinoamericano. Sin embargo, su auge reciente en países como Rusia, Turquía, Hungría y Polonia y aun en los Estados Unidos, Francia e Inglaterra, además de Venezuela, Ecuador y Argentina, ha llevado a replantear esa percepción y a buscar explicaciones a este complejo fenómeno social, económico y político.
El estudio académico del populismo “clásico” por parte de los economistas y científicos políticos no es nuevo. Desde los 90’s, economistas famosos como Rudy Dornbusch y Sebastian Edwards propusieron un ciclo de cinco fases para analizar su dinámica (The Macroeconomics of Populism in Latin America, Chicago, 1991), empezando (fase 1) por un escenario de profundo malestar social generalizado, producto de una mala situación económica, falta de crecimiento o recesión, inflación y crisis cambiaria (a menudo acompañada de un programa de estabilización del Fondo Monetario Internacional) y de una desigual distribución de la riqueza y del ingreso.
Con frecuencia esta situación desesperada lleva a la población a aceptar políticas económicas heterodoxas propuestas por algún “hombre providencial” que se apodera de la vocería del pueblo (Chávez), dividiendo a los países entre el “pueblo” contra una élite corrupta y egoísta. En la fase 2 se inicia un choque de expansión fiscal financiado por un boom temporal de los productos de exportación (petróleo) o simplemente con emisión monetaria o endeudamiento externo. Esta inyección de demanda agregada resulta en un aumento rápido del PIB, que los “representantes del pueblo”, presentan como validación de sus políticas. Esto genera una situación insostenible, en la cual se dispara la inflación, comienzan a escasear los productos básicos, y se generan mercados negros o paralelos de productos y cambiarios (fase 3).
En la fase 4 se genera una crisis severa, preludio de un colapso sistémico, con hiperinflación y crisis financiera y/o cambiaria, hasta llegar a la fase 5 en la cual se deben revertir las políticas populistas y, a un altísimo costo social, volver a “poner orden en la casa” (otra vez con el apoyo de un programa del FMI).
El enfoque de Dornbusch-Edwards, más que una explicación del fenómeno del populismo es un análisis de cómo se gestan las crisis macroeconómicas. Este análisis ha incorporado nuevos rasgos en un modelo del “nuevo populismo”, que incorpora situaciones en las que no se llega a la hiperinflación, pero si a un aumento muy considerable del endeudamiento interno y externo y aumentos elevados en los salarios muy por encima de los incrementos en la productividad. Este modelo ampliado del “nuevo populismo”, incorpora “innovaciones” en Ecuador y Bolivia, pero se mantiene en la órbita latinoamericana (On Latin American Populism and its Echoes Around the World, Journal of Economic Perspectives (JEP), Fall 2019).
Si bien hay múltiples definiciones de populismo en la literatura, una versión insuperable la dio un famoso economista y Ministro Brasileño, quien lo definió como “el arte de distribuir la riqueza que no se ha creado”. Otros autores caracterizan el populismo por factores como el rompimiento del contrato social y la pérdida de confianza de la población en sus líderes, llevando a un rompimiento del statu quo y a políticas proteccionistas, nacionalistas y antiinmigrantes. Estas últimas fuera de ser negativas, son resultado y no solo factores que explican el surgimiento del populismo.
Las raíces del populismo son mucho más profundas y las aclaraciones puramente económicas se quedan cortas. Las explicaciones exclusivamente económicas que pretenden dar a entender el resurgimiento del populismo solo por una situación de malestar económico como la de la fase 1, citan la globalización, el cambio tecnológico, el shock comercial chino, o la crisis financiera, como factores causales de la inseguridad económica. No se puede desconocer que aspectos culturales claves juegan un papel independiente y están detrás de factores tan críticos como el rechazo histórico a la migración (Y. Margalit, Economic Insecurity and the Causes of Populism Reconsidered, JEP, Fall 2019).
Científicos políticos argumentan, con evidencia empírica, que no es posible probar que el populismo es principalmente un resultado de la inseguridad económica –si bien juega un papel importante en los resultados de contiendas políticas reñidas (outcome significance)– dando una ventaja electoral marginal, pero a veces decisiva (Trump). Otra cosa es que esos factores puedan explicar el fenómeno del populismo (explanatory significance). Por ejemplo, los investigadores encuentran que el significado explicativo de los shocks comerciales son periféricos, si bien pueden ser importantes sobre todo en explicar los niveles de apoyo intra-regional, pero no inter-regional, al populismo. La inmigración tiene una mayor importancia al afectar a la sociedad como un todo y verse como una ‘amenaza cultural’ y racial que el populismo explota con propuestas de regresar a una “edad dorada” de homogeneidad cultural y racial.
En síntesis, los cambios económicos adversos son claramente factores que facilitan el resurgimiento del populismo y pueden ser su “disparador” (trigger), pero no es la única, ni principal, causa del apoyo al populismo. Los economistas debemos trabajar más de cerca con otras disciplinas de las ciencias sociales para entender mejor el contexto político y social. Ello obedece a que una buena política económica depende, en gran medida, de que exista una sana economía política, que rechace los excesos y errores del populismo, sin olvidar que la dignidad humana debe estar en el centro de políticas públicas.
Fernando Montes Negret
Economista financiero