Ha tomado fuerza el debate sobre la prohibición de artículos plásticos denominados ‘de un solo uso’, como vasos, cubiertos, platos, pitillos o copitos. La discusión ambiental se ha abalanzado desproporcionadamente sobre estos pocos productos, cuyo aporte a los residuos que se generan es mínimo y su impacto irrisorio frente a los inmensos retos ambientales que enfrenta el planeta. Más allá de defender estos artículos –que, sin duda, ofrecen una solución en términos de higiene, practicidad y costo–, lo que se propone es evaluar si la forma de abordar la discusión es con prohibiciones o si existen mejores alternativas.
Casi todos los procesos productivos generan un impacto ambiental, ya sea por huella de carbono, huella hídrica o afectación a los ecosistemas. Los automóviles y aviones, por ejemplo, emiten gases efecto invernadero (GEI) en sus procesos de combustión. ¿Se deben prohibir? Por supuesto que no. Son medios que han facilitado las comunicaciones y el desarrollo de la humanidad a una escala incuantificable. La solución, que ya empieza a ser una realidad, es avanzar en alternativas eléctricas, así como en mejoras de eficiencia en los motores y reducciones de peso en las estructuras.
En el mundo, cerca del 50, 60 por ciento de los residuos de los rellenos sanitarios son materiales orgánicos. Allí, liberan gases que, en agregado, contribuyen con alrededor del 9 por ciento del calentamiento global. ¿Debemos prohibir las frutas o verduras por ser orgánicas? Claro que no, son productos vitales. La solución está en minimizar los desechos que terminan en los rellenos sanitarios, a través de una cultura de separación de residuos, un adecuado esquema de recolección y una infraestructura integral de compostaje.
La carne, debido el metano que libera el ganado, es también uno de los principales contribuyentes de los GEI. Prohibir su comercialización sería eliminar de la dieta básica una proteína de gran importancia. Al igual que en los ejemplos anteriores, la solución está en la innovación, con desarrollos silvopastoriles y esquemas de compensación.
Por su parte, en los océanos y otros ecosistemas encontramos desechos de empaques de metal, vidrio o plásticos que afectan la flora y fauna. ¿Debemos prohibirlos? No. Son soluciones que facilitan el transporte de los productos, alargan su vida y reducen su desperdicio. Además, son materiales que pueden ser reutilizados y/o reciclados. Terminaron en los lugares equivocados por falta de cultura de disposición de residuos o por deficiencias en los esquemas de recolección.
Los textiles son también una fuente importante de generación de desperdicios. Prohibir las prendas de vestir sería algo impensable. Lo lógico, que ya está ocurriendo, son las soluciones de moda con materiales reutilizados o reciclados.
Una situación similar aplica para los artículos plásticos denominados ‘de un solo uso’. En vez de prohibirlos, se debe promover su consumo responsable e incentivar su reciclaje. La humanidad, con el paso del tiempo, ha mejorado inmensamente su calidad de vida por el aprovechamiento de los recursos disponibles. Sin embargo, estas mejoras se han producido a un ritmo que difícilmente será sostenible. Se necesitan soluciones, pero estas no se encuentran en devolvernos al pasado ni en desmejorar forzosamente las condiciones de vida de la población. Más bien, estas se hallan en la innovación y la cultura ciudadana: es la única manera de evolucionar a un estado de alto bienestar, en armonía con la sostenibilidad del ambiente
Daniel Mitchell
Presidente de Acoplásticos