Salvo contadas excepciones, los países no exportan impuestos: los insumos utilizados en la manufactura de bienes con destino a la exportación, no pagan ni aranceles a la importación ni IVA en la transacción de compra. Esa práctica se ha extendido parcialmente a la exportación de servicios.
Actualmente, el código tributario solo exime del IVA a dos tipos de exportación de servicios: todos los prestados desde Colombia a extranjeros en el exterior (traducciones, elaboración de una página web a un extranjero, etc.), y las ventas de paquetes turísticos en Colombia. El proyecto de reforma tributaria 2018 quiere ir más allá: la exención del IVA para la prestación de servicios hoteleros a “personas naturales no residentes en el país” (los colombianos seguiremos pagando ese IVA). Una de las muchas cosas antipáticas del proyecto, es su carácter discriminatorio. Con el dedo señala a unos sectores de la economía para darles un tratamiento privilegiado a costa de todos los colombianos. Está bien que a un gringo no le cobren el IVA cuando vaya a pagar la cuenta del hotel, pues se considera que es una exportación de servicios ¿Pero por qué se da ese tratamiento solo al sector hotelero? A Colombia llegan muchos extranjeros a consumir servicios que se prestan aquí, por eso se debería incentivar dichos sectores al igual que se hace con los hoteleros.
Por fin pudimos saber, en concreto, lo que es la economía naranja: es la industria de confecciones, calzado, transporte de pasajeros, radiodifusión, programadoras de televisión, cine, otra vez los hoteles, entre otros. Esos privilegiados no tendrán que pagar impuesto a la renta por cinco años para sus inversiones nuevas. La forma como se les asignó el color a los que entraron en la lista naranja fue arbitraria ¿Por qué no otorgarles ese privilegio a las actividades económicas que tienen colores distintos al naranja?
Nuestros gobernantes de todas las épocas se lucen con el discurso de la importancia de la pequeña y mediana empresa como el principal motor de la creación de empleo; las estadísticas confirman ese dato. No obstante, tuvo cabida en la lista naranja; en efecto, una inversión menor a 850 millones de pesos, no merece el color naranja.
A las megainversiones, en cambio, les dieron un suculento regalo representado en un menor impuesto a la renta y privilegios en materia de depreciación, renta presuntiva, repartición de dividendos, impuesto al patrimonio, y estabilidad tributaria. Ah, y el impuesto de la renta de las inversiones en nuevos hoteles, solo sería de 9 por ciento (las inversiones realizadas antes del 31/12/2017 ya están exentas del impuesto de la renta por 30 años).
Otros privilegiados son los diplomáticos. El mayor componente de sus ingresos es la llamada ‘prima de costo de vida’, que compensa con exageración el supuesto mayor costo de vida en el extranjero. Dicha prima de dispara con la devaluación, y el monto es progresivo según el rango diplomático. Ahora bien, el único gasto de un embajador, por ejemplo, es lo que gasta para el mercado, porque lo demás se lo paga el Estado. Esa prima está exenta del impuesto de la renta, cuando por justicia social debería ser gravada con porcentajes progresivos, como acertadamente se propone para las pensiones. A uno le dan ganas de ser megainversionista, hotelero o diplomático. Y mis pensamientos van para las librerías, cuyos libros serán 19 por ciento más caros el año que llega.
Diego Prieto Uribe
Experto en comercio exterior