La teoría económica está entrando en una nueva fase crucial de transformación, repensando y retomando algunos conceptos básicos que definieron la profesión y el debate económico por varios siglos, incluso antes de la época de Adam Smith y su Riqueza de las naciones. La revolución marginalista de comienzos del siglo pasado cambió de forma fundamental el debate económico. Quizá estamos siguiendo el dicho francés de ‘retroceder para saltar mejor’ (reculer pour mieux saute).
Buena parte de esa introspección proviene de la desastrosa distribución del ingreso actual y de la tendencia a que el 1 por ciento de la población acapare la mayoría de los ingresos que se han generado en la revolución tecnológica de las últimas décadas, poniendo en peligro el modelo de desarrollo capitalista de mercado que nos ha dado una prodigiosa acumulación de riqueza, más allá de lo que sucedió en la primera revolución industrial.
Ciertamente, ese es el planteamiento que se hace en quizá el mejor libro de economía del 2018: El valor de todas las cosas, de la profesora Mariana Mazucatto del University College London (UCL). Su texto ha sido seleccionado entre los cinco mejores del año por el comité del Financial Times y McKinsey, que otorgan este premio anual. Este ambicioso análisis se enmarca dentro de la también muy influyente obra Capital, del economista francés Thomas Picketty.
La pregunta esencial de Mazucatto es ¿por qué desapareció el concepto fundamental del ‘valor’ de la teoría económica, las consecuencias de este hecho y qué hacer para que el concepto del valor retome su papel central en el pensamiento económico? Esta discusión está lejos de ser algo puramente académico, ya que ha creado una gran confusión entre qué actividades y sectores son ‘creadores de valor’, y cuáles y quiénes se limitan a ‘extraer valor’ o apropiarse de rentas –definidas como el ingreso que se apropian sin producir nada–, cobrando un sobreprecio por encima del valor que regiría en un mercado competitivo. Esto último ocurre cuando los agentes económicos explotan, en su beneficio, las barreras a la entrada al mercado, posiciones oligopolistas, las ventajas de los primeros a entrar a un mercado (first mover advantages), o explotan las economías de los networks (platform capitalism), que crean monopolios naturales privados. Esta confusión se ha vuelto, en buena medida, ideológica, llevándonos a la simplista y equivocada escogencia binaria de que todo lo público es malo y todo lo privado es bueno (tema que explica Mazucatto con más detalle en un libro anterior El Estado empresarial).
Mazucatto hace un breve, pero brillante, repaso del pensamiento económico desde los fisiócratas, con Quesnay –médico de Luis XV de Francia, 1694-1774– quienes creían que la tierra era la única generadora de valor, en contraposición a los mercantilistas, quienes veían el valor creado mediante el intercambio y la acumulación de oro, el proteccionismo y los zero sum games en el comercio internacional –hoy de nuevo popularizados, equivocadamente, por Trump–.
Quesnay también es considerado por algunos como el padre de la Economía, aunque quizá sea más apropiado denominarlo ‘el padre de las cuentas nacionales y del flujo de fondos’, con su Tableau Economique de 1758, dejando al Escocés Adam Smith (1723-1790) la paternidad de nuestra profesión.
La teoría del valor para los economistas clásicos (de Smith a Ricardo y Marx) está centrada en el valor agregado por los trabajadores (la Teoría del Valor del Trabajo) –mutatis mutandi–, resultado del valor generado en proporción al tiempo que estos dedican a la producción. Frente a la amenaza al status quo del marxismo y los esfuerzos por transformar la economía política en una ciencia económica matemática más cercana a las ciencias exactas, como la física de Newton, sujeta a leyes inmutables, distanciándola de la sociología y la filosofía. En esta etapa de mediados del siglo XIX, surgen las escuelas neoclásicas y la revolución marginalista con figuras como Walras y Jevons. Uno de los actos de prestidigitación más increíbles en la historia del pensamiento económico culmina con los Principios de economía de Marshall a comienzos del siglo XX.
El resultado fue que la teoría objetiva del valor se transforma en una noción subjetiva, basada en la utilidad y la escasez (oferta y demanda), en la cual el centro de la teoría económica se vuelve el consumidor y la utilidad marginal (decreciente) que deriva de unidades adicionales de consumo. La magia consiste en que si antes el valor de las cosas se traducía en un precio, ahora todo lo que tenga un precio tiene valor.
Esta transfiguración permite reclasificar muchas actividades que antes eran consideradas como improductivas (sector financiero, terratenientes, rentistas, etc.), en productivas. El objetivo ahora se vuelve la maximización de la utilidad de las empresas y los consumidores, con la ventaja adicional de que esto se hace en economías de mercado que tienen un mecanismo por el cual se autoequilibran y autorregulan, gracias a las fuerzas de la competencia. Ello implica que las intervenciones del Estado, por la vía regulatoria o impositiva, se vuelven “innecesarias o incluso peligrosas”.
Mercados perfectamente competitivos llevan a resultados óptimos para todos (Pareto óptimo), con la única excepción a esta maravillosa armonía, que ocurre en el caso de que se presenten fallas de mercado (market failures), en cuyo caso se acepta, de forma bien acotada, la intervención correctiva del Estado, siempre que las fallas del Gobierno (government failures) sean menores a las fallas de mercado.
Lea la segunda parte de este artículo la próxima semana.
Fernando Montes
Economista financiero