Iván Duque empezó su gestión en uno de los momentos de mayor polarización en los últimos años. A pesar de tener un proyecto de gobierno claro, uno de los bemoles más visibles ha sido la agenda legislativa pues, no ha podido conformar una coalición que le permita sacar adelante suficientes proyectos de ley, ni cuantitativa ni cualitativamente.
El número de iniciativas aprobadas está muy por debajo del de sus antecesores y algunas como la reforma política, a la justicia y a la paz quedaron estancadas o abandonadas por distintas razones. Una de los más emblemáticas para luchar contra la corrupción, no solo demuestra la impotencia del gobierno en el legislativo, sino que evidenció su incapacidad para concretar sus compromisos iniciales.
Una de sus primeras apariciones como presidente fue precisamente prometiendo acciones contra la corrupción, cuando millones se expresaron a favor de fortalecer medidas preventivas y correctivas. Aunque la parálisis y lentitud de la dinámica ejecutivo-legislativo no solo sea achacable a Duque, se observa un tímido liderazgo que no se materializa y sus resultados parecen distantes de la expectativa de sus votantes.
En el tema de paz, el balance es modesto pues ha quedado en evidencia la voluntad por recortar los recursos de algunas instituciones que nacieron del proceso de paz con las FARC y que son clave para que el postconflicto sea sostenible y viable.
El gobierno de Duque no ha podido diferenciar las correcciones necesarias, legítimas y exigidas por la ciudadanía a los Acuerdos de Paz, de drásticos recortes que hacen dudar sobre su voluntad de respetar lo pactado y que comprometen no solo a una administración, sino al Estado en su conjunto. La postura ambivalente de adjudicar los compromisos al mandatario anterior, solo ha provocado el rechazo de buena parte de la comunidad internacional comprometida con el proceso.
Para el futuro cercano queda el complejo reto de revivir la negociación con el ELN que no solo pondrá a prueba la voluntad de diálogo de Duque y del Centro Democrático, sino sus capacidades para concretar un acuerdo equilibrado como el que juzgan que fue incapaz de conseguir Juan Manuel Santos. Cualquier diálogo requerirá de concesiones que para esta administración no serán fáciles de asumir por el discurso que la llevó a la presidencia.
Finalmente, la política exterior ha sido una apuesta arriesgada por el énfasis en el tema venezolano que terminó ensimismando a Colombia en una cruel paradoja. A esto se suman errores de cálculo sobre Juan Guaidó y respecto del apoyo por parte de Washington. Aunque Colombia acaba de ser certificada en la lucha contras las drogas, no tiene nada asegurado con Trump y menos aun con una vertiginosa campaña presidencial en la que los temas exteriores suelen ser abordados desde lógicas simplistas. De todos modos, su liderazgo en el tema migratorio es un activo que seguirá dando réditos. Este primer año de gobierno se cierra tal como empezó, con una marcada polarización y con grandes retos que generan más incertidumbres que certezas.
Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales e la Universidad del Rosario.
Especial para Portafolio.co