Como bien lo dijo recientemente el ministro de Educación, Alejandro Gaviria, el sistema educativo colombiano se encuentra en crisis. Es una pena que lo que era hace siete años un sector boyante, foco del esfuerzo del gobierno en términos de inversión e innovación, pasó a un segundo plano en la pasada administración, en la que no solo no se registraron avances sino que se frenaron importantes iniciativas que ya estaban en marcha.
Los bandazos en política educativa en Colombia se reflejan en los resultados educativos: tanto las pruebas Saber como las PISA mejoran cuando se prioriza la educación, y empeoran cuando pasan a segundo plano. A diferencia de otros sectores, la construcción y posterior desarrollo de programas y políticas educativas no deben pensarse desde una perspectiva de gobierno, sino de Estado, en donde es más importante no destruir los avances ya logrados que inventarse nuevas ideas o programas.
En el gobierno Duque el Ministerio de Educación sufrió del ‘Complejo de Adán’ y descontinuó todos los programas innovadores que se habían diseñado para medir e incentivar a partir de calidad. Entre estos destacan el MIDE, un ranking universitario que medía todas las IES a partir de 18 variables y seis dimensiones, y el Día E, que ponía metas de calidad y ambiente escolar a colegios a partir de las pruebas Saber. Este último ya ni siquiera podríamos volverlo a estimar, pues perdimos la capacidad de hacer evaluaciones intermedias (Saber 3, 5, 9) a nivel de colegio, siendo representativas solo para macrorregiones. Este retroceso es un ejemplo ilustrativo de mal criterio en el uso del gasto educativo, que se promocionó como el más alto en la historia pero de donde se recortaron rubros esenciales como la evaluación.
La crisis ahora nos aborda desde factores tan diversos como la inequidad, la calidad y la pertinencia. La inequidad se traduce en grandes brechas educativas en educación básica a nivel de género, urbano-rural, oficial-privado y centro-periferias. Aunque el sistema colombiano era inequitativo, la pandemia lo agravó drásticamente, donde a una débil conectividad tristemente liderada por MinTIC se le sumó más de año y medio lectivo en donde las escuelas estuvieron cerradas, ante la ausencia flagrante de liderazgo central.
La pandemia afectó la calidad, al devolvernos a técnicas de enseñanza anticuadas y generar pérdidas de aprendizaje, con planes de nivelación de emergencia que brillaron por su ausencia. Por último, la pertinencia en educación superior sigue siendo muy baja; a la constante reducción de la matrícula se le suma un sistema de aseguramiento de calidad rígido, que afecta la capacidad de regionalizar oferta educativa de calidad.
Es necesario retomar la educación como una prioridad absoluta de la agenda pública. Esperemos que el nuevo Ministro retome los avances que ya se habían logrado y se entienda la agenda educativa como una dimensión de construcción colectiva, en donde se logra avanzar solo sobre hombros de gigantes.
David Forero
Investigador de Fedesarrollo y profesor de la Universidad Nacional / dforero@fedesarrollo.org.co