Sí que abundan por estos días los tuits sesudos, agudos, venenosos. La temporada electoral nos dejó ver lo mejor de las futuras promesas de la intelectualidad criolla a través de trinos en los que, muchas veces armados de sólidos argumentos, dan las claves para que Colombia avance hacia mejores días.
La mayoría de quienes se expresan en esta y otras redes ha sabido ensamblar todo un ecosistema de carnales, némesis, amores y odios. Tanto esmero en convencer al universo de que su fórmula para construir una mejor sociedad es la correcta les ha permitido no solo hacerla robusta e integral, mucho más que cualquier plan de gobierno de los candidatos, sino también, por las lógicas propias de estas redes de comunicación, a la par ha crecido el convencimiento férreo de que esta es la única manera de salvar al país y de contera al mundo, y que cualquier otra es además de inaceptable, una manifestación entre terrorista y sacrílega que no merece nada diferente a arder en la hoguera.
Han dedicado horas enteras de sus vidas a diseñar, construir y pulir esas catedrales del ego que son los perfiles personales en las redes de marras. Mientras tanto en el mundo real cada tanto uno se encuentra con historias esperanzadoras de personas que lejos del ámbito digital han logrado grandes transformaciones en la dirección correcta. Pienso por ejemplo en la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales que, contra viento, marea y no pocas miradas y actitudes hostiles de personajes polémicos de esos que siguen abundando en el mundo del fútbol, ha logrado –y esto se lo reconocen hasta sus más consagrados enemigos– que hoy los futbolistas trabajen bajo condiciones laborales dignas. Algo que claramente no ocurría hace 15 años cuando dio sus primeros pasos.
En cinco lustros, Acolfutpro ha conseguido, por ejemplo, que los clubes cumplan con sus obligaciones en materia de pagos de seguridad social y que, la mayoría, desistan de la costumbre de pagar sueldos en efectivo por debajo de la mesa para hacerle gambeta al fisco. Cuando comenzaron, los contratos ‘con todas las de la ley’ eran una rareza en este medio; ahora son, afortunadamente, la norma.
También han promovido, con éxito, cambios en la legislación y capacitado a miles de deportistas en materia de derechos y deberes. Recientemente inauguraron una nueva sede administrativa en Bogotá y el paso siguiente es construir una deportiva en Palmira para que pueda entrenar el equipo de los jugadores sin contrato.
Este último es otro de los logros: futbolistas sin equipo encuentran en él una estación temporal con todas las facilidades mientras surgen nuevos rumbos en sus carreras.
Y vuelvo al comienzo: todo esto en el plano de lo concreto. Claro que tienen redes sociales, pero las usan sobre todo para comunicar logros: sin sed de retuits, sin complejos de Adán, sin necesidad de exponerlos en clave ideológica. Y sobre todo, sin usarlos en función de polichar los egos de quienes arriesgando incluso su vida los consiguieron. La buena noticia es que en el país hay mucha más gente como Carlos González Puche, Luis Alberto García y Gustavo Quijano, las cabezas de Acolfutpro, haciendo que tuiteando.
Federico Arango Cammaert
Subeditor de Opinión de El Tiempo.