Aunque los efectos que la crisis del Covid-19 tendrá en la seguridad alimentaria serán globales y duraderos, algunos de los desafíos en la materia ya existían mucho antes de la pandemia y, aunque hayan sido exacerbados, no fueron creados por esta. Las cifras son preocupantes. El número total de personas que sufren hambre aumentó en 10 millones desde 2019 y una evaluación preliminar sugiere que por la pandemia se sumarán entre 83 y 132 millones más.
En algunas zonas de Latinoamérica estos efectos se sentirán con fuerza. La inseguridad alimentaria ya es una realidad para 205 millones de latinoamericanos, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). La obesidad afecta a la población de la región como consecuencia de la falta de acceso a dietas saludables. Allí, una opción de alimentación saludable cuesta cinco veces más que una no saludable, lo que significa el costo relativo más alto del mundo.
La paradoja es que los países de América Latina y del Caribe responden por el 56% de la producción mundial de café, el 25% de bananos, el 28% de la de cítricos y el 44% de la de azúcar. Además, la FAO estima que cada año la región desperdicia cerca del 15% de sus alimentos disponibles.
En ese contexto el lema del Día Mundial de la Alimentación, “nuestras acciones son nuestro futuro”, sugiere que se necesitan más iniciativas para hacer sistemas alimentarios más estables, más preparados para el futuro y más resistentes a las amenazas globales. Podemos basar esa respuesta en tres principios fundamentales: sostenibilidad, innovación y colaboración.
Toda inversión agrícola necesita tener la sostenibilidad como criterio fundamental. Por ejemplo, la iniciativa de Bayer en Brasil y en Estados Unidos para dar incentivos a la adopción de prácticas regenerativas que capturen el carbón en el suelo, como la siembra directa y cultivos de cobertura, aborda la sostenibilidad desde criterios del mercado, reconociendo que el cambio comienza en el campo y que solo involucrándonos todos podremos alcanzar su potencial máximo.
Así mismo, el poder de la tecnología e innovación en la agricultura es incuestionable, desde la detección satelital de enfermedades en los cultivos, hasta el blockchain que aumenta la transparencia en la cadena de abastecimiento. El reto es aumentar el acceso a la conectividad, pues 3 mil millones de personas viven en áreas sin internet.
Lo anterior está directamente relacionado con el tercer principio, la colaboración. No alcanzaremos nuestros objetivos a menos que consigamos conectar diferentes públicos sin importar fronteras. Iniciativas como Diálogos sobre Sistemas Alimentarios están en acción para unir múltiples actores, incluidos tomadores de decisión, bajo una visión común, permitiendo una acción conjunta eficaz.
Estos principios clave no deben ser soluciones individuales, sino un camino interconectado. En la medida en que progresamos en dirección a uno, avanzamos en dirección a todos. Específicamente en América Latina, tengo la esperanza de que es posible que alcancemos grandes progresos en términos de sostenibilidad, innovación y colaboración. Si todos los actores del sistema de alimentos trabajamos juntos, podemos comenzar a transformar el sistema hoy mismo.
Cristiane Lourenço
Líder de Relaciones Corporativas en Alimentos y Nutrición de Bayer para América Latina