El comercio mundial está entrando en una nueva fase y esta no es la primera vez. Para recapitular, la actividad comercial entre naciones cayó entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, del 30% del PIB mundial a un 10%. Aumentó significativamente en las décadas posteriores cuando la globalización tomó forma, llegando a 50% del PIB en el 2000. Con la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio, alcanzó un 60% del producto global.
A partir del 2008 vimos nuevamente el estancamiento del comercio, resultado de la crisis financiera mundial, señal de que la globalización está bajo presión. El riesgo ahora es un retroceso o una profunda recarga configurada a través de nuevos bloques económicos en competencia, agrupados en torno a EE.UU. y China. En ese contexto, los países que no se alinean a estos polos podrían ver crecer su poder de influencia. Desde la perspectiva de un inversionista, los países emergentes se vuelven más atractivos, especialmente en Latinoamérica.
A medida que se acentúa esta fragmentación, se da prioridad a la seguridad en los procesos productivos, a través de subsidios industriales, controles de exportaciones y otras políticas, por encima de la máxima eficiencia que caracterizó a la época dorada de la globalización. Este cambio está acelerando una reestructuración en las cadenas de suministro ya que los países buscan acercar la producción a casa. Este proceso favorece a países emergentes que ofrecen materias primas e insumos valiosos. Por ejemplo, la fabricación industrial y de productos químicos de India; el complejo de semiconductores de Corea del Sur; el cobalto de Indonesia, litio de Chile y tierras raras de Brasil, claves para la electromovilidad. Otros países, como México o Hungría, se benefician de los esfuerzos de EE. UU. y la Eurozona para relocalizar la producción a regiones próximas. La inversión en activos emergentes aparece como una forma de aprovechar esta globalización recargada. Sin embargo, así como este fenómeno impacta de manera distinta a cada país, así también el proceso de inversión debe ser focalizado. No hace sentido mirar a estos mercados como una sola clase de activo; es necesario ser más granular, enfocándose en países o industrias específicas.
En el entorno actual hay oportunidades en bonos emergentes, con preferencia por las emisiones en monedas fuertes, principalmente en dólares estadounidense, en euros u otras monedas desarrolladas, que presentan valorizaciones más atractivas que las emisiones en moneda local. Además, el recorte de tasas de interés de bancos centrales de países emergentes -mientras que sus pares en mercados desarrollados las suben o mantienen- hace más frágiles a sus monedas.
En síntesis, el rediseño de la globalización si bien trae consigo incertidumbre y volatilidad, también presenta oportunidades para varios mercados emergentes mejor posicionados para aprovechar esta nueva etapa. La deuda de mercados emergentes, de manera selectiva, ofrecen una interesante oportunidad para esto.
Axel Christensen
Director de Estrategia de Inversiones para América Latina de BlackRock.