Como si la crisis del 2008 y el manejo de las innovaciones financieras que la precipitó nunca hubieran tenido lugar, el sistema financiero sigue desarrollando innovaciones en una espiral que se comporta como un casino en el cual los financistas apuestan a la dirección de los movimientos de cualquier índice, dando lugar a uno de esos procesos que, como ha sucedido en el colapso actual, quienes apostaron a favor de un índice de tranquilidad o en contra de uno de temor (VIX y XIV), terminan alimentando volatilidades como las que estamos presenciando.
Tal como lo comenté, un comportamiento como el de las últimas semanas termina generando una corrección de precios alineándolos con fundamentales que, si bien han mejorado (primera expansión sincrónica de las economías en varias décadas), no justifican, ni por más que Trump este rebajando impuestos (explotando el déficit fiscal con un programa de infraestructura) y revirtiendo regulaciones de Obama, dirigidas a evitar una repetición de la crisis, una euforia tan exhilarante como la que tuvo lugar. Ahora, la sola expectativa de que la FED incremente la tasa de interés para controlar la inflación que la actual expansión pueda producir, ha generado una caída de precios esperados que, junto con las apuestas a beneficiarse esa caída, (shorting), han determinado un sell off y colapso tan exagerado como el ascenso previo.
Esta volatilidad puede ser grave en dos sentidos. Primero, como lo muestra dicha depresión, las situaciones a las que nos conduce la combinación de codicia y la adicción al riesgo de los financistas (claro con recursos ajenos: si cara gano yo, si sello pierde usted) terminan en que el perro gire alrededor de la cola. Es exactamente de lo que se quejaba Keynes, quien entendió que una economía capitalista financializada es un animal muy diferente del considerado por los economistas ortodoxos y que es un despropósito que el empleo de decenas de millones de personas dependa de las apuestas de casino de los financistas. Aunque él no imaginó el grado de financialización que alcanzarían las economías capitalistas, su argumento aplica: el empleo viene determinado del mercado de producto y en este el nivel de actividad está determinado por la demanda efectiva, la cual depende de la actividad inversora: en el capitalismo financializado, la variable que no solo determina el nivel de actividad y de empleo, sino también el crecimiento (vía innovación y demanda) depende de dicho casino (la tasa de interés en el modelo keynesiano). Y la inversión es una opción de compra que el empresario ejercerá solo cuando las condiciones de tranquilidad y certidumbre sean tales que los beneficios esperados no se vean probabilísticamente castigados por el nivel de riesgo. Además, un mercado accionario deprimido desestimula la inversión, pues ¿para qué pagar el precio de oferta de un activo (costo) si lo puedo adquirir rebajado al precio de demanda (accionario)?
Segundo, el actual ciclo expansivo está afectado tanto por tendencias nocivas como por riesgos peligrosos: las primeras, la inequidad, la inestabilidad y el estancamiento de la inversión y la productividad; y los segundos el riesgo Trump, el de un sell off colapso por exceso de deuda en China (el cual fácilmente puede ser disparado por contagio); y ahora debemos agregar la volatilidad financiera que por los mecanismos mencionados puede expandir espirales financieras a través de los edificios de activos construidos combinando derivados de derivados, más las apuestas sobre los movimientos de los índices de esos precios, al sector real.
Claro que la destrucción del empleo, la riqueza y los ahorros de centenares de millones de personas en todo el mundo, que tuvo lugar entre el 2008 y el 2011 resultó de un manejo irresponsable por emisores de activos castillos de naipe de derivados cimentados en la titularización de hipotecas del mercado subprime (como la mala fe y deshonestidad de financistas que no solo le seguían vendiendo a sus clientes productos cuyos precios se estaban derrumbando, sino que también le apostaban a beneficiarse de esa caída mediante shorting). Pero, la paradoja del sistema financiero que condujo a esa tragedia, de que unos productos que fueron diseñados para manejar riesgo, terminaron usados por los financistas para su beneficio, sin límites regulatorios, diseminando este por el sistema hasta derrumbarlo, es ahora más aguda, pues esos castillos se expanden cada vez más en forma de apuestas no solo sobre movimientos de los precios (shorting), sino también sobre los movimientos (nivel y volatilidad) de sus índices. El casino del que hablaba Keynes, llevado a un nivel delirante que él no imaginó.
Ricardo Chica
Consultor en desarrollo económico