Hace unas semanas, el Dane publicó la nueva canasta para calcular el Índice de Precios al Consumidor (IPC), ejercicio que revisa cada 10 años. Esta nueva canasta trajo consigo una serie de cambios metodológicos para poder aproximar nuestro cálculo a estándares internacionales y poder hacer comparable nuestra canasta. Entre ellos, presenta el ejercicio agregado y para cuatro subconjuntos poblacionales divididos por valor del gasto: pobres, vulnerables, clase media y e ingresos altos. De donde se desprende una importante discusión que creo no tenemos presente los economistas, ¿qué debe medir el IPC, o en su defecto, que queremos medir con la inflación?
Iniciemos con el ejercicio que realiza hoy el Dane. Para construir la canasta se hace una encuesta (encuesta de presupuesto de los hogares), la cual permite conocer el gasto en cada bien de una amplia lista de bienes que hace cada hogar en un periodo de tiempo, de esta forma agrega toda la información por hogares y se encuentra el gasto agregado que se realiza en la economía colombiana. Con ello resulta sencillo conseguir el peso o porcentaje del gasto agregado que representa el gasto en cada bien y con ello la canasta del IPC. Así, la medida de inflación que se desprende de este cálculo es la variación de precios del gasto agregado en la economía.
Ahora bien, lo que termina ocurriendo con este procedimiento es que el gasto de quienes tienen mayor capacidad de gasto tiende a pesar más que el gasto de quienes los que menor capacidad de gasto. En otras palabras, y según el ejercicio recientemente realizado por el Dane, el 2,8 por ciento del gasto lo realizan los hogares pobres, mientras que el 25,1 por ciento lo hacen los hogares de ingresos altos, cuando en términos de la población el 26,9 por ciento de los hogares son pobres y solo el 2,3 por ciento son de ingresos altos (según la línea de pobreza calculada por el Dane).
Su efecto, es un sesgo de la canasta actual hacia el gasto medio de los colombianos de mayor ingreso y, por ende, una medición errada del costo de vida del colombiano promedio. Por ejemplo, el peso de los alimentos en hogares pobres es de 23,8 por ciento, mientras que el de hogares de ingresos altos es de 8,2 por ciento, más cercano al peso agregado de 15 por ciento, y algo similar pasa con otros rubros importantes como arriendos. Para solventar este sesgo, se podría ponderar el gasto por grupo poblacional por el peso del grupo poblacional en la población, así, la medición sería más cercana a la del colombiano promedio.
El objetivo no es definir cuál de las dos métricas es apropiada, pues ambas tienen utilidad en ámbitos diferentes. Lo que resulta crucial es comprender qué estamos midiendo para poder utilizar apropiadamente dicha medición. Si estamos interesados en comprender la dinámica de la demanda agregada, quizás la métrica vigente es la apropiada, pero si queremos comprender cómo está evolucionando la capacidad adquisitiva del colombiano promedio, sería mejor la segunda métrica.
Por el momento, la diferencia no parece significativa, pero podría serlo cuando se presenten choques inesperados como un fuerte fenómeno de ‘El Niño’, o un choque súbito, ya que la inflación de ingresos bajos tardará más en ajustarse que la de los ingresos altos.
Alejandro Reyes
Economista principal
BBVA Research para Colombia