Los colores no son banales. Eso argumenta Michel Pastoureau en un divertido libro (Breve Historia de los colores, 2006). En la Roma antigua, por ejemplo, era mal visto tener ojos azules y para una mujer, además, era una señal de conducta disoluta. En la edad media, las novias se casaban de rojo, pero así también vestían las prostitutas. Los colores transmiten códigos, prejuicios y tabúes.
En el caso del negro, nos remite espontáneamente a temores infantiles, las tinieblas, la muerte. Quizás por cuenta del boato de los colores del renacimiento, con el tiempo derivó en representación de austeridad, como lo hicieron los monjes que promovieron la reforma protestante. Más tarde, se transformó en autoridad, la de los jueces, los árbitros, los automóviles de los jefes de Estado. Con frecuencia es el color de la elegancia.
Sin embargo, el negro de la piel ha sido objeto de profunda resistencia, aun en sociedades donde se respira o pregona la defensa de las libertades y las oportunidades.
Historias hay muchas. Me quiero referir a un par de ejemplos que deslumbran por su fuerza.
El 12 de enero de 1849 nació Candelario Obeso, quien apenas llegó a los treinta y cinco años de edad. En ese corto tiempo ejerció como militar, periodista, educador, ingeniero y político. Pero sobre todo se hizo notable como escritor. Tradujo obras de Shakespeare y Víctor Hugo; escribió dos novelas. Pero a muchos nos sedujo con sus Cantos populares de mi tierra, escrito en 1877, por la sensibilidad y originalidad de sus versos.
En mi versión:
Que triste está la noche
La noche qué triste está
No hay en el cielo una Estrella…
Remá, remá.
Muchos de sus poemas los dedica a intelectuales con quienes quiso congraciarse, como Rafael Pombo, Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro. El negro Candelario es parte del legado cultural de un país con notas aún inéditas.
Otro capítulo similar lo viene escribiendo Paula Moreno, la primera mujer afrocolombiana designada ministra de Cultura a los ventiocho años (El poder de lo invisible, 2018). Con sus ojos expresivos y su fuerza vital, Paula sabe bien lo que simboliza: “las historias no son particulares, sino más bien espejos que ofrecen muchos reflejos distintos; mi historia no es la mía, …muchos de sus paisajes son comunes a comunidades excluidas que rompen esquemas y reconocen su poder para ocupar el lugar en la sociedad que se merecen”.
Así veo e interpreto la fascinante entrevista de David Letterman a Obama en su programa de Netflix: un homenaje, no a un presidente, sino al símbolo que representa el coraje, la persistencia y el talento de miles y millones de hombres y mujeres que viven aún hoy en sociedades en las que los colores se dividen, se catalogan, se descalifican.
El paso de los días no es progreso. También hay retrocesos. Ojalá aprendamos a pensar en colores y veremos el mundo de forma distinta, como dice Dominique Simonnet. Hay que tomar nota del drama del color y su grandeza.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia