Babycake Romero es un fotógrafo que no tiene celular. Radicado en Londres, hace un tiempo realizó una exposición con imágenes de personas pegadas a su teléfono, sin siquiera reparar en quién tienen al lado. “Se trata de fotos callejeras, en un contrastado blanco y negro, que muestran lo que nos perdemos mientras miramos las pantallas de nuestros celulares”.
Los móviles inteligentes nos están volviendo brutos, o al menos incapaces de comunicarnos como lo hacíamos antes. Están matando la conversación.
Al menos en este aspecto, es evidente que afectan de forma negativa la relación entre las personas. Pero, esa no es la muerte a la que quiero referirme, porque la actitud de que “todo tiempo pasado fue mejor” es una trampa facilista que oculta el miedo a las transformaciones culturales.
Los celulares han traído ventajas inusitadas y seguro modificarán favorablemente algunos aspectos de la interrelación humana.
Por fuera del mundo de la comunicación a través de los móviles existe una actitud cultural muy arraigada que desconoce el potencial de aprendizaje en la interacción con otras personas. En las sociedades radicalizadas por debates sociales y políticos ello resulta más evidente. La arrogancia intelectual surge de la misma fuente: mi superioridad mental no deja escuchar y aprender de lo que otros tienen para decir.
Sin conocer a fondo su vida y obra, sospecho que el gran aporte de Anthony Bourdain a través de la divulgación de la cultura culinaria fue precisamente promover la apertura de la mente para comprender otras realidades. Creo que ese es el verdadero sentido de toda conversación. Bourdain era un gran conversador, en sentido pleno. “Entre más viajo y más culturas conozco, más hay por aprender”, decía.
De eso se trata, de recorrer el mundo con humildad. Al enterarse de su muerte, Barack Obama tuiteó que Bourdain nos había enseñado a no temer a lo desconocido.
Conversar a profundidad bajo el supuesto de que hay algo interesante de lo que podemos tomar nota, de lo que podemos aprender. Con la misma disposición como cuando estamos abiertos a contemplar, a mirar con detenimiento, a reparar en los detalles de algún objeto o realidad.
Ese es también el valor esencial de la filosofía, al margen del lenguaje complicado que suelen utilizar muchos filósofos o seudofilósofos. Lo importante no son las respuestas concretas a los problemas, puesto que, por lo general, ninguna respuesta es necesariamente verdadera. Lo que valen son las preguntas que amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen nuestra imaginación y disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a la investigación y al aprendizaje.
Por ello, el fin de la contemplación es también el fin de la conversación. Para recuperar la capacidad de ver en la charla con otras personas una forma de aprender debemos empezar por recuperar la capacidad de observar con cuidado, con la ilusión de descubrir algo nuevo. Bourdain sí tenía celular, pero viajaba abierto a recorrer el mundo con pasión y sencillez. Con la sabiduría y el deleite de saber conversar.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia