Hay personajes notables por lo que hacen, por lo que escriben o por la forma como viven. Carlos Caballero Argáez es notable por esas tres razones. Después haberse graduado como ingeniero y tener dos posgrados en universidades americanas; de haber sido tantas cosas, como director de Proexport, presidente de la Asociación Bancaria, Bancóldex y la Bolsa de Valores; ministro de Minas y Energía y codirector del Banco de la República, se atrevió a hacer un magíster en historia, que terminó a los sesenta y cuatro años.
En alguna entrevista, con ocasión de la publicación de su último libro, sugirió la idea de estar viviendo una nueva vida, la de historiador. Me dejó pensando: hoy, cuando no es nada extraordinario llegar a los ochenta años, qué necesidad tenemos de tener una sola vida y una sola profesión. ¿Por qué dedicarse sesenta años a lo mismo? Caballero Argáez activó de esa manera mi interés renovado por la promiscuidad mental y también vital.
Promiscuidad es palabra difícil de mencionar sin hacer alusión directa a su relación con el sexo. Y por lo mismo, cargada a menudo de un juicio negativo, debido a que se da por supuesto que no está bien tener relaciones con varias personas. Hay un sesgo valorativo que supone infidelidad, confusión o falta de cuidado ante riesgos de contagio. Al menos esa es la versión más común que levanta las cejas de algunas personas por ahí.
Es posible que alguien promiscuo esté ubicado en ese territorio, pero también lo contrario: que su conducta no acarree infidelidad, ni confusión ni descuido. Pero no quiero centrarme en esa discusión. Me interesa más sugerir lo siguiente: con frecuencia, vemos nuestra vida como una sola; y en ella, se supone que debemos tener una familia, una religión, una profesión, un trabajo, una pareja, una patria. Esos han sido paradigmas muy arraigados. Hoy, lo son menos, pero aún son bastante convencionales.
Es natural desear que las decisiones que tomamos sean definitivas. Nos hace sentir más sólidos, seguros. “Las decisiones fundamentales se toman para toda la vida”, pareciera ser el derrotero. Se admira a quienes así lo han hecho. Y en ello hay mucho mérito. Pero no siempre es así, o no para todo el mundo. Lo que sucede es que nos cuesta trabajo aceptar que la realidad no es estática, que las personas cambian o que nos equivocamos en alguna escogencia.
Así como se pueden vivir dos o más vidas en términos de profesión u oficio, ocurre lo mismo con la posibilidad de tener familias diversas o compuestas de manera menos tradicional. O tener credos alternativos o actitudes espirituales en situaciones diferentes. O no aferrase solo a un país cuando hay razones para tener vínculos fuertes con dos, por razones de sangre o afecto.
Esto no es lo mismo que defender el relativismo o la ligereza. Es sencillamente entender que la vida unívoca existe para algunos, pero no para todos. Hay un gran valor en asumir la variedad de oficios, amores, fe o filosofías, con ilusión renovada cada vez.
Dicho de otra manera, me gusta mucho el significado de promiscuar, de la mano de la RAE: el participar de cosas heterogéneas u opuestas, físicas o inmateriales. Y tomárselas muy en serio. Como Caballero Argáez con sus profesiones.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia
columnista
La promiscuidad como virtud
Hay un gran valor en asumir la variedad de oficios, amores, fe o filosofías, con ilusión renovada cada vez.
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