Estar en la misma mesa con Ángela fue un privilegio. Seis personas alrededor de un almuerzo austero y frugal, sirvieron de marco propicio para escuchar su historia, como mujer nacida del otro lado del muro a mediados del siglo pasado, mucho antes de la unificación alemana. Era enero del 2009 y estábamos en visita oficial con el Presidente de Colombia.
La canciller Merkel cumplía algo más de tres años como jefe de gobierno y ya se prefiguraba como gran líder de Europa y el mundo. Oírla hablar de temas cruciales del momento y de su visión de la situación internacional producía deleite por su claridad e inteligencia. Firme, pero en tono tranquilo y sin énfasis excesivos, serena y cercana. Por eso me atreví a llamarla Ángela.
En las afortunadas circunstancias que me permitieron conocer líderes de distintos países como Obama, Hillary, Shimon Pérez, Xi Jinping, entre otros, ninguno me causó una impresión tan significativa como Merkel. Quizás precisamente por eso: por ser una de las personas más poderosas del planeta, pero cuya actitud era la de una persona sencilla. Su fuerza intelectual y audacia política no parecían rimar con su talante descomplicado. Esa es una de las cualidades de las personas verdaderamente importantes. Son conscientes de su poder, de su capacidad transformativa, pero se comportan en el trato como uno más, sin pretensiones.
Sin duda, la Canciller ha sorteado hábilmente las dificultades de la crisis europea, con una dura política fiscal, manteniendo el predominio de su país y su economía. Ahora tiene que enfrentar un parlamento fragmentado y la entrada del grupo de ultraderecha AFD, que logró el 13% del bundestag, luego de las elecciones del pasado 24 de septiembre. Será la primera vez desde 1945 que un partido nacionalista, proclive a declaraciones racistas y xenófobas, contrario al euro y a la inmigración, entra en la cámara de diputados.
Allí radica la principal dificultad para la Canciller. Con la llegada de la AFD al parlamento se plantea un dilema de fondo: ¿hasta dónde una sociedad tolerante debe tolerar la intolerancia? La generosidad con los abiertamente intolerantes, amenaza con destruir a los tolerantes y al sistema con ellos. La democracia y la solidaridad llaman a la generosidad con quienes quieren entrar al sistema, pero es fundamental que existan compromisos explícitos y verificables para que quienes ingresan no inciten a derrumbar los pilares mismos de la democracia.
Para lograrlo, se requiere de un liderazgo firme y claro, que logre convocar a los sectores insatisfechos y frustrados con la situación actual, pero sin titubeos acerca del respeto a las libertades, la diversidad y el estado de derecho. Quizás en esta oportunidad Ángela nos pueda enseñar cómo hacerlo. Permitir apertura política, pero sin tranzar con los principios que han hecho de la Alemania contemporánea un referente para la democracia occidental. Ojalá sea así, por el bien de su país y el mundo.
Figuras públicas con claridad de ideas, sencillos en el trato, y cuya real ambición sea transformar para bien el entorno. ¡Ese el poder que vale la pena!
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia
jaimebermu@gmail.com