Ahora que el Gobierno radicó en el Congreso su proyecto de ley de financiamiento, arranca una de las discusiones más intensas y acaloradas entre el mundo político y el empresarial, por dos razones: primero, siempre ha sido intensa y acalorada; segundo, al tocar la estructura impositiva del país, toca el bolsillo de los empresarios. Cómo esta no es un debate nuevo, sino recurrente, es de gran utilidad identificar los patrones de los episodios pasados para anticipar cómo se desarrollará. Lo cual, por cierto, es un ejercicio saludable para diseñar estrategias de incidencia y asuntos públicos.
La historia siempre será gran fuente de enseñanzas para las batallas presentes y futuras. Una, es que la reforma tributaria que se aprueba no es la que presenta el gobierno, sino la que aprueba el Congreso. Es decir, la discusión no se gana a fuerza de argumentos técnicos, se requiere demostrar fuerza política. En la reforma del 2016, las industrias que fueron capaces de convertir en costo político la creación de un impuesto específico lograron evitarlo. Por supuesto, se apalancaron en argumentos técnicos, pero su fuerza de negociación fue demostrar que el costo político de crearlo era mayor al beneficio para congresistas y el Gobierno.
¿Cómo construir costo político? La respuesta simple es prepararse para alinear y articular a los diferentes actores (gremios, empresarios, sindicatos, comerciantes, etc.) que afectaría directa o indirectamente por la creación, modificación o eliminación de un impuesto específico. Es una tarea que demanda tiempo, pero que, en la discusión legislativa, posibilita activar múltiples acciones: imagine a un boxeador que recibe golpes de diversos frentes. Esta es la segunda enseñanza.
La tercera se relaciona con los tiempos del Congreso. Suele decirse que las dos primeras legislaturas le pertenecen al gobierno, pues todo lo que este presenta se aprueba. La tercera le pertenece al Congreso, dado que el Presidente comienza a gobernar con el sol a sus espaldas. Y la cuarta a nadie: el gobierno va de salida y los congresistas están en campaña. Pero no siempre es así. Justo ahora estamos ante un nuevo gobierno que tiene precaria gobernabilidad en el Congreso. Ya que esta es la situación actual, lo estratégico es elaborar un plan que permita ponerse en una posición en donde se tenga mayores opciones de negociación que la contraparte. En este caso, el Ministro de Hacienda y los congresistas.
La cuarta enseñanza se basa en una verdad única: el Ministro de Hacienda es el guardián de las finanzas públicas, cuando presenta una reforma tributaria lo hace para incrementar el recaudo. Así que no está dispuesto a prescindir de un impuesto de fácil recaudo a cambio de nada. Por lo tanto, se equivocan quienes se solo se concentran en exponer razones técnicas y económicas para que el Ministro prescinda de un impuesto y olvidan mostrarle alternativas para que cumpla con su meta de recaudo. Claro que a veces no es posible presentar alternativas de recaudo, por lo que no queda otro camino que atacar el Talón de Aquiles de la reforma. En la reforma del 2016, gran parte del recaudo dependía del aumento del IVA del 16 al 19%. Solo cuando este impuesto se puso en riesgo fue posible la negociación de otros tributos específicos. Pero esto ocurrió por la acumulación de costo político.
Así las cosas, quienes se prepararon para enfrentar la discusión tributaria tuvieron mayores éxitos; quienes no lo hicieron, lamentaron los resultados. La enseñanza está ahí: la preparación aumenta las probabilidades de éxito.
Santiago Vásquez López
Director de Asuntos Públicos de Kreab
slopez@kreab.com