Las previsiones geopolíticas siempre conllevan dos derivadas: la primera, de cortísimo plazo; la segunda, apuntando hacia el largo plazo. La primera se centra en eventos, la segunda en tendencias. El asesinato del comandante general de los Guardias de la Revolución Iraní, Qassem Soleimani por orden directa del presidente de EE. UU.; la insurgencia en Hong Kong para detener la intromisión antidemocrática del régimen Chino; Brexit; y la reelección (o no) del presidente Trump, son eventos. Todos ellos, por su efecto potencial, ya marcan las tendencias del futuro.
Una de las más notorias megatendencias hacia 2050 es la consolidación de la Pax Americana (como se denomina al período transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial). Su consecuencia es determinante para países tanto industrializados como emergentes. Con la nueva situación, de liderazgo en lo militar, económico, tecnológico y la energía, EE. UU. adquiere un status comparable del Imperio Romano. Lo único que está en duda es si mantiene su compromiso de cimentar un nuevo orden institucional, promover el comercio universal y combatir el cambio climático o aislarse en su excepcionalismo.
Gracias a su envidiable posición de ser una renovada potencia energética y de la tecnología más avanzada para ser autosuficiente, Estados Unidos ya puede (debe) retirarse del Oriente Medio donde ha gastado cerca de 1.300 billones de dólares. Y mostrar cómo llegar a la transición energética que el mundo requiere para solucionar el cambio climático planetario.
Como argumenta el historiador Fernand Braudel, las tendencias determinan los acontecimientos. Ser autosuficiente en petróleo y gas y poder usar la tecnología para des-carbonizar su aparato productivo, ha llevado a EE. UU. a dejar a la saga a Rusia y Arabia Saudí. Esos otros dos países con ínfulas de controlar la geopolítica del petróleo a futuro, han quedado reducidos a jugadores regionales. Ni Rusia, ni Arabia Saudí, ni Irán, podrán ya más usar el petróleo como arma para sus sueños imperiales. El petróleo no está derrotado pero su epitafio ya está escrito; así su muerte se aplace otros 100 años o más. Y su principal enemigo no es político ni geopolítico; es el mercado. La demanda por hidrocarburos ya está tocando límite y para 2050 habrá reducido su oferta en 25%. El mayor importador de crudo del mundo, EE. UU., es ahora un exportador neto. El precio del petróleo escasamente se mueve con ataques a la mayor refinería del mundo, de Aramco, responsable del 5% del mercado mundial o por los ataques de misiles Iraníes a bases americanas en el Golfo Pérsico. El mercado está sobreabastecido. He defendido en otros foros que no habrá guerra entre EE. UU. e Irán porque los costos para ambos son muy superiores a los beneficios. Y porque dos países guiados por Dios nunca irán a la guerra.
En adelante, las disrupciones en el Golfo Pérsico no trascenderán la región. A diferencia de 1973 y 1979 (las dos grandes crisis del petróleo generadas por Irán), EE. UU. ya no necesita el Medio Oriente. Solo necesita nuevos consumidores para sus excedentes de petróleo y gas. Y estos llegarán hoy o mañana.
Desde que Trump asumió el cargo en 2016, su administración ha defendido una estrategia de “dominio por la energía”, aprovechando la nueva realidad de ser el principal productor de petróleo y gas del mundo y, eventualmente, gran exportador. Pero allí no termina su cosmo-ventaja. Es el su formidable desarrollo tecnológico en materia energética. La transición energética hacia fuentes de energía bajas en carbono continua pese a la neutralidad declarada por la Administración (que contrasta con el radical Green New Deal propuesto recientemente por la Representante de los Estados Unidos Alexandria Ocasio-Cortez y acogida por los candidatos Demócratas a la Presidencia). La transformación hacia energías renovables ya forma parte de la seguridad energética de EE. UU. Uno de los secretos de su éxito no está en tener más sol y más viento o biomasa o biocombustibles que otros, sino en las nuevas arquitecturas digitales (Big Data, Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas) al servicio de una energía limpia más eficiente, menos costosa y de menor riesgo para la inversión.
Las tecnologías avanzadas están permitiendo a Estados Unidos mejoras a lo largo y ancho del sector energético, desde los sistemas de distribución de electricidad y gas hasta una moderna red que acoge un número cada vez mayor de recursos energéticos descentralizados. Los trillones de sensores y dispositivos inteligentes ubicados en la infraestructura incrementan la oferta de energía limpia y disminuyen la huella de carbono. Quizás donde EE. UU. capitalice mayores resultados es en Inteligencia Artificial, AI, y Aprendizaje Automático. Si bien los programadores de software tuvieron una bonanza durante décadas gracias a la ley de Moore, ahora son los científicos de datos especializados en programación de algoritmos y arquitecturas de IA quienes reinen ahora que la ley de Moore ha “traspasado” del hardware al software (por ello se la llama Ley de erooM (Moore al revés). Esto plantea un revolucionario cambio en la forma de demandar y ofertar la energía a futuro.
De todos los países que planean una transición energética hacia fuentes limpias, EE. UU. lleva una ventaja clara en procesos de optimización de los activos energéticos, reducción de costos de generación de energía, logros en almacenamiento de electricidad, movilidad eléctrica y mejoras en procesos industriales. Actualmente, es donde más apertura hay hacia la demanda de energía personalizada. Todo esto no es una apología a EE. UU., es un reconocimiento a lo que dicen las cifras. Sabemos que todas las predicciones tecnológicas siguen sujetas a la ley de Amara, que es más fácil predecir lo que puede suceder que cuándo y que sobreestimamos el efecto de corto plazo y subestimamos los de largo plazo. La Pax Americana ha retomado vitalidad gracias a la energía. La Pax China, tomará unas décadas más. China es hoy el mayor importador mundial de energía y su dependencia va en aumento; talón de Aquiles que costará superar.
EE. UU. sobrevivió y superó la dependencia energética gracias a tres cosas: la energía, la tecnología y el dólar. China depende de la energía externa, su tecnología está fragmentada y no posee un ‘dólar’ que la respalde.
Rodrigo Villamizar
Exministro de Energía y exembajador de Colombia en Japón