La historia se está encargando de reconocer el primordial logro económico de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991: la refundación de nuestra banca central, mediante la consagración de su independencia frente al Gobierno; la creación de una junta directiva de tiempo completo y dedicación exclusiva, como el organismo rector de la política monetaria, y el establecimiento de su mandato legal fundamental de velar por la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda, por encima de cualquier otro derrotero. Desde entonces, semejante salto hacia la modernidad institucional de Colombia ha representado el principal pilar de la confianza de los mercados internacionales en su manejo macroeconómico.
A ello se suma la adopción del esquema conocido como inflación objetivo, mediante el cual la junta del Banco de la República fija y anuncia al público una meta para cada año. En 1990 el incremento anual del Índice de Precios al Consumidor superaba el 32 por ciento, y desde el año siguiente se inició un proceso gradual de reducción de dicho ritmo, que permitió alcanzar la meta de largo plazo del 3 por ciento anual en el 2009, la cual se ha mantenido desde entonces. La razón de ser de esta indispensable disciplina yace en el anclaje de las expectativas de los distintos agentes económicos en dicho objetivo, el cual, partiendo de su credibilidad en la institución, constituye la clave para asegurar una política monetaria exitosa, como ha sucedido durante los últimos años.
Adicionalmente, el régimen de flotación cambiaria que el Banco viene siguiendo ha permitido atenuar, de manera notablemente efectiva, el impacto de los choques externos sobre el producto interno bruto y el empleo, como, por ejemplo, de aquellos derivados de las abruptas variaciones que recientemente han experimentado los precios internacionales del petróleo.
Intentar crecer sin controlar la inflación, equivale a perseguir un dividendo espurio, puesto que la llave para hacer posible que el crecimiento, en vez de ser flor de un día, se traduzca en genuino bienestar, yace en su sostenibilidad. Y la condición sine qua non de dicha sostenibilidad, no es otra que la garantía de una inflación baja y estable. Tal es, en suma, el crucial papel que está llamado a desempeñar el banco central.
Por fortuna, su independencia y su autonomía le han dejado sujetarse rigurosamente a tres ejes medulares, sobre los que transcurre su quehacer cotidiano, a través de la determinación del precio del dinero –esto es, la tasa de interés de política–, y la regulación de la liquidez en la economía, a saber: la contraciclicidad, la anticipación y la comunicación.
El primer eje, la contraciclicidad, consiste, en esencia, en ‘ir contra la corriente’. Lo que se traduce, en materia monetaria, en impedir que la expansión del producto interno bruto desborde su potencial, con el objeto de propiciar la estabilización del ciclo económico. Y, de igual manera y tras el mismo propósito, estimularlo, cuando quiera que su tamaño con respecto a dicho potencial comience a perder terreno.
El segundo eje, la anticipación, parte de la naturaleza del mecanismo de transmisión de la política, cuyos efectos sobre la demanda agregada, que es la variable que debe controlar según su tarea misional, suelen necesitar entre 12 y 24 meses antes de materializarse plenamente. Por tanto, no actuar a tiempo, o reaccionar tardíamente, constituiría la más grave amenaza contra la buena salud de la economía y de la sociedad.
Y el tercer eje, la comunicación, lejos de ser un elemento accesorio de la operación del Banco, representa un ingrediente pedagógico central, con el fin de coadyuvar a la conquista de la estabilidad de precios. El contacto informativo permanente con la ciudadanía hace parte ineludible de las mejores prácticas en política monetaria, pues de ahí emana la capacidad de sus hacedores de forjar las expectativas del público sobre la inflación. No hay nada más relevante que las expectativas en el control de la inflación.
Finalmente, otro rédito sustancial de su independencia descansa en el criterio tecnocrático como guía única de la selección de su talento humano.
Se trata, sin lugar a dudas, de la joya de la corona en el ámbito institucional de la Nación.
Carlos Gustavo Cano
Excodirector del Banco de la República.