El polvo se está asentando después de la debacle de los británicos del 23 de junio: cambio de guardia de líderes políticos para recomponer la vida del Reino Unido sin la Unión Europea; la libra esterlina a su nivel más bajo en treinta años, la bolsa de Londres, por el contrario, a un nivel más alto que antes del referendo, el resto de bolsas europeas recuperando el terreno perdido; los fondos inmobiliarios colapsados, anticipando el éxodo hacia otras capitales europeas.
El inicio de la vida del Reino Unido en la actual UE fue un parto con dolor. En 1961 solicitó la adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea, compuesta por seis países, pero en 1963 el general De Gaulle se opuso, pues consideraba que ellos estaban políticamente más cerca de Estados Unidos que de Europa. En 1967 solicitó nuevamente la adhesión y De Gaulle se volvió a oponer. En 1969, el entonces presidente Pompidou levantó el veto francés.
El mayor interés del Reino Unido dentro de la UE ha sido la construcción del mercado ampliado: la libre movilidad de bienes y de capitales y la libre prestación de servicios. En lo que siempre patinó fue en aceptar el cuarto pilar del mercado ampliado: la libre movilidad de personas, pero a lo largo del proceso aceptó pagar ese costo. También fue un adalid de la ampliación de la UE a los 28 Estados miembros actuales, política compatible con el mercado ampliado y un freno a la profundización de la Unión.
En la historia de la aprobación de los muchos tratados que han dado origen a la UE, ha existido un divorcio entre lo que piensan los líderes políticos y lo que cree la población respecto de la Unión Europea. Los líderes tienen la convicción de que la Unión es buena para sus pueblos y, en particular, tienen presente su pasado sangriento para lo cual han encontrado el antídoto de la Unión. Los ciudadanos, por el contrario, están más arraigados al concepto de estado-nación, que contrasta con la sesión de soberanía y con lo que se conoce como la tiranía de Bruselas, donde una burocracia legisla sobre cuestiones que afecta la vida cotidiana de los europeos.
Nunca un parlamento ha votado no a la ratificación de los tratados que han dado origen a la actual UE. Por el contrario, en varias ocasiones, los ciudadanos han votado no: Dinamarca en 1992, Irlanda en el 2001 y el 2008. Después de azucarar ciertas obligaciones, estos países han destrabado el proceso de integración con un segundo referendo. No va a ser el caso con el ‘Brexit’, pues la clase política ha decidido respetar el no de sus ciudadanos: se puede forzar la puerta para entrar, pero una vez afuera, esta queda bloqueada.
La primera reacción de las autoridades europeas al voto del ‘Brexit’ fue de cólera: fuera, significa fuera, y mientras más rápido mejor. Muchos han anticipado que los europeos no serán muy simpáticos con los británicos en la negociación del divorcio para disuadir de esa manera a otros que estén tentados a seguir el ejemplo del Reino Unido.
Lo más sensato es que en la negociación del divorcio, el Reino Unido se quede en el mercado ampliado, pues tiene mucho en juego allí: el 45 por ciento de sus exportaciones tiene como destino la UE, los 53 TLC de la UE actualmente vigentes, los derechos de 1,3 millones de británicos que viven en la UE, el llamado ‘derecho de pasaporte’ mediante el cual toda institución financiera establecida en su territorio puede hacer negocios en la UE, sin la obligación de constituir subsidiarias con capital propio. Y no menos importante, disuadir a Escocia para que no convoque a un nuevo referendo para su separación del Reino Unido.
En el escenario del mercado único, el relacionamiento del Reino Unido con la UE sería el mismo que el de Suiza y Noruega: cumplimiento de todas las normas dictadas desde Bruselas en materia de mercado ampliado, sin tener derecho a estar en la mesa donde se negocian, y el pago de una contribución monetaria importante al presupuesto de la UE. Además, es previsible que los británicos se tengan que tragar la píldora de la libre movilidad de personas, línea roja de los europeos. Para cuando se llegue a ese acuerdo, es probable que los ciudadanos, al tener más claro el costo económico de su decisión, podrán ser más tolerantes frente al voto del ‘Brexit’: contra la tiranía de Bruselas, contra el aporte de 12 billones de dólares anuales al presupuesto de la UE y contra la libre movilidad de personas.
Históricamente, las crisis en la UE se han resuelto con más cesión de soberanía. La reciente crisis del euro se resolvió con la construcción de la Unión Bancaria, mediante la cual la vigilancia de los activos bancarios de los países del euro se cedió al Mecanismo Único de Supervisión con sede en Frankfurt. La crisis del ‘Brexit’ no se resolverá en el corto plazo con más federalismo, habrá una pausa larga hasta que se estabilice el terreno después del movimiento de la placa tectónica del ‘Brexit’.
Diego Prieto
Experto en Comercio Exterior
La resaca después de la placa tectónica del ‘Brexit’
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