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La transformación del activismo

La actividad humana y/o empresarial puede ser llevada al escrutinio público, la gestión de estos movimientos desde lo corporativo dá un paso adelante.

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El activismo, como herramienta para el equilibrio de poderes e intereses, o como la vía que ciudadanos y organizaciones asumen para hacer valer su posición o aportar a la solución de los problemas del entorno, vive una transformación. Antes, los únicos con la capacidad de ser activistas eran los movimientos globales bien organizados, -que entre otras cosa-, alcanzaron algunos de los derechos con los que contamos.

Hoy, el poder recae más en los individuos y en su capacidad para promover y alcanzar el propósito que los mueve. Según Geoffrey Pleyers en Movimientos Sociales del Siglo XXI “los activistas de hoy son tan comprometidos como las generaciones anteriores, pero se organizan de manera más fluida y ponen la autonomía individual, la intersubjetividad y un ‘individualismo solitario’ al centro de su manera de ser activistas”.

Lo anterior, sumado a la globalización y al avance del Internet y de las redes sociales, ha significado desafíos sobre el entendimiento y el dimensionamiento de las nuevas formas de movilización a favor de una causa; la dicotomía entre la participación de la conversación digital y la toma de acción para generar cambios; la confluencia y sobreposición de opiniones sobre temáticas afines; y respecto al impacto o no que este tipo de movimientos pueden tener en la licencia social para operar.

Estamos en un contexto en el que casi que cualquier actividad humana y/o empresarial puede ser llevada al escrutinio público; de allí que la gestión de estos movimientos desde la visión corporativa, esté dando un paso adelante para entender qué es lo que pasa afuera, encontrar formas para conectar mejor con la sociedad, y poner en marcha acciones que dinamicen conductas sociales, abran espacios de diálogo e inviten a otros a sumarse a sus causas.

Esta nueva visión implica la apertura a una actitud más activista por parte de las organizaciones, pero también el uso de herramientas como el deep learning para extraer, analizar y accionar elementos clave para la gestión del activismo y la movilización. Por ejemplo, reconocer a los líderes de algunos movimientos, las comunidades que inspiran y entender lo que les ‘duele’ es la base para encontrar puntos en común; analizar si la conversación ha trascendido ampliamente o si está concentrada únicamente en comunidades activistas que se retroalimentan, podría dar luces sobre la relevancia de un tema desde la colectividad; o comprender cuáles son los mensajes y cómo se reciben para tomar decisiones de gestión que aporten a esas macro preocupaciones o incluso que den sustento de evaluación para saber si ese es un tema a impulsar.

Sin duda, el activismo cambió y seguirá transformándose, la clave para entenderlo, sumarse y construir es la tecnología. Lo he oído muchas veces, el momento lo es todo, tener claro cuándo resulta oportuno poner en marcha un plan, cuándo no hacerlo, qué riesgos implica o qué oportunidades, marca la diferencia.

MARÍA ESTEVE
Socia y Directora General
Región Andina LLYC

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