Antes del mundial de Brasil, históricamente Colombia nunca había contado con la suerte de ser un referente global en temas futbolísticos. Más allá de un “gol olímpico” en el mundial del 62 en el que la selección empató 4-4 con Rusia; una Copa Libertadores en el 89 y otra en el 2004; el escorpión de René Higuita en Wembley; y una Copa América en 2001, el país era más bien un referente de denominación de origen de la peluca del Pibe; el dirigente de la Federación con más cara de culpable del planeta; y la aún dolorosa tragedia del asesinato de uno de los mejores laterales que ha tenido el fútbol en todos sus tiempos.
Con la llegada del mundial de Brasil, infortunadamente con la indebida presencia de Luis Bedoya aún en la Dirección de la Federación de Fútbol, la historia nacional ya venía encontrando un sendero un poco más amable en los resultados que justificaran una historia más digna y coherente con la calidad futbolística de los deportistas que representaban al país en los clubes más referenciados del planeta. Un muy buen desempeño en Brasil, resultados individuales de nuestros jugadores en sus clubes, transacciones millonarias de pases de nuestros deportistas y el inmejorable último año en que obtuvimos con Santa Fe la Copa Sudamericana y Atlético Nacional recientemente la Copa Libertadores; el país ahora ocupa un respeto justificado en el ámbito internacional como referente principal en este deporte.
Dice mucho para el fútbol en el mundo y en la región, que nuestra selección ocupe desde hace más de 2 años el ranking del top 3 de la FIFA, que aunque incomprensible por la continuidad y calidad de otras selecciones más renombradas en puestos inferiores, ahí vamos sólidos, marcando la diferencia con nuestro onceno mayor, pero también con dos de nuestros clubes como actuales campeones de las copas más importantes de América.
Hasta ahí todo va bien, los procesos establecidos con estrategia, la seriedad y contundencia de empresas como el Atlético Nacional por ejemplo, que históricamente le ha apuntado al fortalecimiento de sus divisiones inferiores, la contratación de jugadores de calidad para el equipo, la retribución para su hinchada, los movimientos y campañas ambiciosas de mercadeo y los planes juiciosos de sus directivos con proyectos colectivos contundentes, generan los frutos y resultados de un país que en algún porcentaje por la percepción beligerante de las hinchadas de otros equipos, asume como inmerecidos, cuestionables e incluso generadores de muerte y desastres por el color de una camiseta.
Si bien la historia ahora nos sonríe por los resultados de nuestros equipos, Colombia a su vez también ocupa un lugar muy importante en la generación de altos índices de violencia y muertes en el fútbol. Una muerte como la de Andrés Escobar, condenada por toda la comunidad deportiva del mundo, tristemente no ha dejado de repetirse en las manos criminales de desadaptados asesinos que al son del triunfo o la derrota, empuñan cualquier arma para desquitarse sin importar la edad, condición o sexo, de alguien que prefiere ponerse una camiseta de otro color al suyo.
Hace más de 30 años, cuando no habían nacido aún quienes se creen dueños y señores de la vida de un contradictor deportivo, los estadios de fútbol eran lugares permitidos para las familias, los amigos y contradictores en un mismo sector. Ya, por seguridad y sin importar que nuestra historia nos sonríe, casi que tenemos que celebrar en el último rincón de nuestras casas para evitar que insulten a nuestros hijos, nuestras mujeres, o peor aún, atenten contra la vida de alguien por vivir una pasión heredada que por lo general nunca había sido tan constante.
Sin distinción alguna de equipo, verde, azul, rojo, blanco o amarillo, todas las hinchadas cuentan con una pequeña cuota de desadaptados del fútbol, que entre las gotas escasas de su licor fabricado en alguna letrina vergonzosa como su propia actitud, o entre las impuras aspiraciones del veneno que le proveen a sus ya pocas neuronas, viven para usurparle el aire a un deporte que con urgencia requiere controles extremos y facultades extraordinarias para judicializar con rigor a los principales culpables del fin de las ya cada vez más escasas bromas respetuosas y cuestionamientos decentes entre hinchas de diferentes equipos.
Amigos del fútbol, sin duda somos un porcentaje muy superior de seguidores apasionados por nuestros equipos que nunca atentaríamos contra alguien que piensa diferente. Que orgullo poder contar que a pesar del temor evidente por salir a la esquina con una camiseta verde y blanca en la Bogotá que amo porque me adoptó generosamente, viví en mi entorno real y virtual, la compañía sincera de una celebración que con sus matices rojos, azules, verdes, blancos o amarillos, vibró sin importar su preferencia con el más reciente triunfo que el Atlético Nacional, por ejemplo, le entregó hace 5 días al deporte Colombiano.
El fútbol no es, ni debe ser un simulador de abrazos empalagosos entre rivales; para eso está la navidad. El fútbol claramente genera pasiones, rivalidades, alegrías profundas, decepciones desastrosas y todo tipo de sentimientos indescriptibles para cualquier ser humano que lo escoja, pero nunca debe ser un detonante de violencia, irrespeto o irrecuperables desenlaces como la muerte.
Ojalá nuestra torpe justicia condene de forma ejemplar a quienes con sus torpes manos han optado por robar la vida de cualquier hincha. Ojalá las autoridades del fútbol ejerzan controles logísticos dentro de su débil competencia para apartar a estos criminales; y ojalá estas personas, con la pasión que compran su camiseta pirata, verde, azul, roja, blanca o amarilla y el arma que los acompaña, pudieran destinar decentemente esos fondos por su equipo que a veces suele jugar para tribunas vacías.
Andrés F. Hoyos E.
Comunicador social y periodista
@donandreshoyos
opinión
La vergonzosa “plaga” de un fútbol en ascenso
POR:
Otros Columnistas
julio 31 de 2016
2016-07-31 11:09 p. m.
2016-07-31 11:09 p. m.
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