El presidente de Estados Unidos es un mandatario heterodoxo. Más que guiado por ideología, sus políticas se caracterizan por cambios y ajustes que parecen más estar relacionados con intuición que con análisis profundo de las consecuencias de los actos. Tal vez, en ningún aspecto esto es más notorio que en la política exterior.
En la campaña electoral, Trump indicó que no era papel de EE. UU. intervenir para derrocar regímenes en otros países. Así, a diferencia de su antecesor, dejó de lado cualquier intención de sacar del poder a Al-Assad, en Siria, y dejó ese espacio de manera deliberada a Rusia. También decidió negociar con Corea del Norte, y buscar así la reducción y/o eliminación del arsenal nuclear. No parece haber sido exitosa esa estrategia, tomando en cuenta las recientes pruebas de misiles de alcance medio de ese país en el océano Pacífico.
Más recientemente ha cambiado esa postura en dos casos particulares. En Venezuela, Trump y su canciller Pompeo han llamado al fin del régimen de Maduro. Unas sanciones económicas y la amenaza de una intervención militar han sido los elementos para lograrlo. Dicho lo anterior, existe una duda sustancial de qué estaría dispuesto EE. UU. a hacer para lograr ese fin, y hasta dónde podría llegar en un posterior esfuerzo de reconstruir ese país.
Otro ejemplo, es el de Irán. Con la llegada al poder la nueva administración canceló el acuerdo nuclear. Con sanciones impuestas quería lograr una renegociación. La semana pasada, el presidente Rouhani de ese país anunció retomar su programa de enriquecimiento y almacenamiento nuclear. Eso, además, pone en un dilema a los aliados europeos, que siempre pensaron que seguir con el acuerdo con Irán era la única forma de lograr, paso a paso, el fin del programa peligroso y desestabilizador de esa potencia en Medio Oriente.
Pero la mayor incertidumbre se relaciona en la mezcla de política exterior y comercial frente a China. En una supuesta demostración de poder, Trump anunció, primero vía Twitter, y luego impuso el incremento de los aranceles a unas importaciones equivalentes a 200 mil millones de dólares provenientes de ese país, del 10 al 25 por ciento. Y reiteró, que pronto lo estaría haciendo para otros bienes que representan 325 mil millones de dólares. China no ha dado muestras de cambiar su estrategia de precios, y la actual profundización de la guerra comercial ya no parece dejar a la economía americana inmune.
La probabilidad de una recesión está cada vez más cercana, si las amenazas de incrementos posteriores se convierten en realidad. Según analistas, esto podría implicar una reducción del crecimiento en 1,8 por ciento, y el correspondiente aumento del desempleo. Solo la demora en el alza de las tasas de interés por parte del banco central ha contenido una mayor desconfianza en la economía desde ya.
Son muchas las dudas que deja la política exterior de EE. UU. No se ha logrado contener o debilitar a los gobiernos que se ha propuesto. La expansión nuclear de países ‘enemigos’ sigue en pie. Las consecuencias económicas de las sanciones impuestas parecieran debilitar la economía americana y la mundial, más que lograr el efecto de cambios en la política económica en China. Pocos éxitos y mucha incertidumbre para EE. UU. y el mundo.
Rafael Herz
Vicepresidente de la ACP
rherz@acp.com.co