La semana anterior se realizó en Bogotá una nueva versión del tradicional seminario anual Anif-Fedesarrollo sobre la marcha de la economía.
Mauricio Santamaría, estrenándose como nuevo presidente de Anif, abrió el certamen con un pormenorizado examen sobre los evidentes avances positivos de la Nación desde mediados del siglo anterior.
Al escucharlo, se me vino a la cabeza el primer párrafo del genial libro ‘Utopía para realistas’ del joven pensador de los Países Bajos Rutger Bregman (1988), cuya primera frase constituye un mensaje contundente que se aplica perfectamente a muestro país: “Empecemos con una pequeña lección de historia: en el pasado todo era peor”.
Ahora bien, en cuanto al desempeño actual en materia de crecimiento, entre las principales economías de la región la colombiana es la más sobresaliente.
En efecto, el PIB tuvo un incremento del 3,3 por ciento en 2019 con relación al año anterior, en tanto que el de América Latina en su conjunto habría aumentado menos del 1 por ciento. Según el Latinoamerican Consensus Forcast, Venezuela, Argentina y Ecuador se habrían contraído en -29,3, -2,9 y -0,1 por ciento respectivamente.
En tanto que Brasil sólo habría crecido el 0.9 por ciento. Y nuestros asociados en la Alianza del Pacífico - México, Perú y Chile-, lo habrían hecho, a lo sumo, en apenas 0,2, 2,4 y 2 por ciento respectivamente.
Buena parte de este resultado tan favorable se explica por la formación bruta de capital, esto es la inversión, que después de haberse desplomado a partir de 2014 tras el derrumbe de los precios del petróleo, ha mostrado una importante recuperación desde el segundo semestre de 2018, en especial en sectores diferentes al de los hidrocarburos.
Y además por el notable dinamismo del consumo de los hogares, y la positiva evolución de la confianza de los comerciantes y los industriales en la economía. Según el modelo probabilístico que emplea el Banco de la República conocido como fan chart, después de 2020 el crecimiento estaría cercano al 4 por ciento anual.
El lunar sigue siendo el pobre comportamiento de las exportaciones y su aguda dependencia de los denominados commodities o productos básicos, y de recursos naturales no renovables.
En cuanto a las industriales, aunque las dirigidas a Estados Unidos recientemente han repuntado levemente, las ventas a Ecuador y Perú vienen cayendo, mientras que las que se destinaban a Venezuela se hallan borradas.
En general, el desempeño de las economías que tradicionalmente más nos han comprado bienes y servicios de mayor valor agregado, luce cada vez más mediocre.
De ahí, el abultado déficit de la cuenta corriente, que raya en el 4,5 por ciento sobre el PIB, nuestro Talón de Aquiles, el más alto entre las 43 economías más grandes del mundo que semanalmente examina la revista The Economist.
Sin embargo, un rubro que vale la pena destacar es el de los ingresos por turismo, que incluye los gastos de extranjeros en Colombia y los ingresos por transporte de pasajeros, el cual viene creciendo persistentemente desde el año 2004.
Así las cosas, la sostenibilidad de nuestro desarrollo exige un esfuerzo superlativo en la diversificación de la estructura de la economía y de los destinos de nuestras exportaciones.
En cuanto a lo primero, dadas nuestras ventajas, los sectores del turismo de naturaleza, los agronegocios y la industria alimentaria están llamados a recibir la atención prioritaria de la sociedad y las autoridades. Y en cuanto a lo segundo, una mucho mayor inserción en los mercados asiáticos, que por mucho tiempo seguirán conformando la región más dinámica del planeta en cuanto a la demanda por dichas actividades se refiere.
El otro reto formidable de orden macroeconómico consiste en enfrentar de manera estructural y duradera el déficit fiscal, que alcanza el 2,5 por ciento sobre el PIB, la otra fuente de mayor vulnerabilidad de la economía, lo cual exige una reducción gradual de la deuda bruta del Gobierno Nacional Central, que en sólo un lustro pasó del 40,2 al 51,5 por ciento sobre el PIB.
A fin de poder hacerlo, resulta indispensable gestionar acuerdos entre el Congreso y los partidos, el Gobierno Nacional y los territoriales, y los sindicatos y el empresariado.
Finalmente, una de las mejores notas de este balance se la lleva el Banco de la República, que ha mantenido bajo control la inflación anual y la credibilidad del público en la política monetaria, a pesar de los ocasionales choques de oferta de los alimentos (y del cambio climático) contra sus precios.
En enero de 2020 terminó en 3,6 por ciento, dentro del rango meta entre el 2 y el 4 por ciento establecido por su Junta. Y todo apunta a que al finalizar el 2020 alcance el 3 por ciento. La independencia del Banco frente al Gobierno, su esquema de Inflación Objetivo, y su régimen de flotación cambiaria, tienen que seguir siendo los ejes esenciales del funcionamiento de nuestra autoridad monetaria.
Carlos Gustavo Cano
Excodirector del Banco de la República