Iniciamos el 2023 con un ánimo, aparentemente, positivo. En las redes sociales destacan mensajes esperanzadores, y por tan solo un momento, pareciera que la polarización -esa adicción que hemos creado de manera inconsciente (o no)- ha dado tregua.
Esta se ha convertido en una droga que nos cuesta dejar. En la sociedad moderna el enfado genera más enfado y se alimenta entre sí. Y sin que nos demos cuenta, este fenómeno social ha comenzado a generarnos más ansiedad, irritabilidad, depresión y aumento del odio. ¿Por qué pasa esto?
La sustancia en el cerebro más importante para determinar si algo es importante o no, es la dopamina. Con la ira, esta molécula entra en una especie de corto circuito y empieza a requerir más de eso que le agradó, pidiendo más de ello.
La posibilidad de hacer escuchar nuestra voz debería dar como resultado una mayor riqueza de ideas y un debate que promueva la búsqueda de consenso. Lamentablemente, algo estamos haciendo mal.
El estudio The Hidden Drug profundiza sobre cómo se ha producido ese ambiente en la sociedad, especialmente en redes sociales.
Sin ánimo de ser alarmantes, la polarización ha crecido un 39% en los últimos 5 años en Iberoamérica y con un peligroso ascenso de un 8% por año.
En Colombia, nuestro contexto nos ha conducido a ser el único país en el que la polarización creció a un ritmo constante, incluso desde antes de la pandemia, cuando los indicadores tomaron fuerza en otros países.
Es así como los debates por los derechos humanos, la economía, las carencias sociales y la política generaron altos niveles polarizantes y, por tanto, nos generaron a los colombianos una adicción a este ambiente hostil.
El ejemplo más claro tiene que ver con cómo sobrellevamos los debates políticos, en los que ha preponderado la polarización. Desde la victoria de Iván Duque en el 2018, se registraron los mayores aumentos. ¿Por qué se ocasionó? Porque temas tan relevantes para la sociedad, en lugar de promover un intercambio de ideas, provocaron un cruce de lo racional hacia lo emocional.
Es así como en el país las voces progresistas mantuvieron una brecha del 36% con temáticas como racismo (+55,8%) y derechos humanos (+50,4%), siendo el país de Iberoamérica donde mayor presencia tienen frente a las voces conservadoras.
¿Esto puede transformarse en algo aún peor? Lastimosamente, sí. Y lo vemos en los actuales conflictos; una persona dominada por el odio cambia su forma de ver la realidad, lo que lo puede llevar a la toma de decisiones nocivas. Como lo destaca Mariano Sigman, autor de El poder de las palabras, esta polarización, que se alimenta en lo ideológico, se traduce en un tipo de miopía social que invade las emociones y se expande. Por eso, en un momento de máxima tensión social, armonizar y dialogar entre todos los agentes de la sociedad es la única salida.
MARÍA ESTEVE
Socia y Directora General de la Región Andina en LLYC