Son múltiples los países que viven una situación muy complicada de protesta social, en muchos casos acompañada de hechos de vandalismo y violencia. Estas acciones en múltiples jurisdicciones al mismos tiempo, se había vivido en los años 60 y 80 pero con connotaciones muy distintas.
En los años 60, se trataba de una protesta de la juventud relacionada con un cambio de valores y forma de vida, que rechazaban el materialismo y buscaban una mayor espiritualidad.
En los 80 y principios de los 90, se trataba del rechazo al totalitarismo y a las limitaciones impuestas por regímenes, principalmente de Europa oriental. En la actualidad, es más lo que diferencia a las protestas de que los une. Se trata más de visiones y razones espontáneas y desconectadas.
Existen protestas que rechazan la interferencia del exterior y la imposición de valores como es el caso de Hong Kong frente a China. Existe la protesta que se levanta contra la política económica impuesta por el Fondo Monetario Internacional, como es el caso de Pakistán o Ecuador. Levantamientos contra la corrupción percibida o real, como en Bolivia, Honduras o Haití.
El rechazo contra el “neoliberalismo y el globalismo” como en Chile. En otros casos, se trata del cuestionamiento por el detrimento del medioambiente, pero en contradicción al tema, se opone al aumento del precio de los combustibles.
Entonces, ¿qué tienen las protestas masivas del momento en común? En parte que se trata de movimientos liderados por jóvenes, que como resultado del proceso demográfico, ven menos opciones y oportunidades laborales.
Se trata de jóvenes mejor preparados, con mejor educación, que no encuentran su lugar en la sociedad y en la economía. Otro aspecto que ha permeado es la relevancia de las redes digitales. Este elemento ha suscitado aspectos comunes en cuanto a cómo se organizan, popularizan, y mantienen las propuestas en el tiempo, independiente de las razones que pueden dar origen a las mismas.
A pesar de que no son muchos los elementos comunes, si hay algunos aspectos relevantes a destacar: rechazo al modelo económico y atención a lo ambiental, muchas veces sin propuestas alternativas; la clara influencia de las redes sociales en lo formal más que en lo fundamental, ampliando las voces de algunos y limitando la de otros; y el sentimiento de los que se sienten como excluidos ante el desarrollo global y el sistema económico de los últimos años.
Lo importante ante lo que sigue, es que, por un lado, la protesta se canalice a través de propuestas constructivas, válidas y realistas. Por otro, que se recoja por parte de los gobernantes, con apertura y visión, una tendencia que conlleve a mayor participación y equidad.
Pero sobretodo, que cualquier forma de protesta no puede incluir la violencia y el vandalismo como forma de expresión, sino la apertura al diálogo y a la construcción conjunta de una sociedad abierta, moderna, equitativa y basada en valores innegociables como el respeto por el otro, la libertad de expresión, el desarrollo sostenible como elemento para reducir la pobreza. Ojalá así la protesta tenga un propósito real, y no se convierta simplemente en el status quo para canalizar el descontento.
Rafael Herz
Analista
rsherz@hotmail.com