El racismo y la xenofobia se viene propagando en Europa. Cada vez son más los países donde la extrema derecha, con un discurso antiinmigratorio y nacionalista, viene ganando terreno. Los ejemplos que se vienen dando en las elecciones de los países del Viejo Continente ahora incluyen gobiernos extremistas. Un caso a destacar es el de Italia, donde el pasado 4 de marzo la coalición de derecha populista fue la más votada y llegó a conformar el nuevo gobierno. El ministro del Interior de ese país, Matteo Salvini, no esconde su tendencia, y sus discursos están plagiados de ataques contra los refugiados y los musulmanes.
A esto se suma el gobierno conformado por el partido extremista ÖVP en Austria, desde hace varios años. Este país, de donde era oriundo Hitler, ha visto crecer a un dirigente como Jörg Haider, quién hace apología al Tercer Reich y su ‘ordenada’ política de empleo pleno. Y hasta en Suecia es probable que, como resultado de las recientes elecciones, se instale un gobierno con el apoyo de los extremistas de derecha que sacaron la tercera votación.
A estos ejemplos del occidente del continente, habría que añadir a los gobernantes de la antigua Europa comunista. El primer ministro Orban, de Hungría, acude a frases incendiarias como “no queremos que nuestro color se mezcle con otros”. Y en Polonia, el Parlamento, con el dominio del partido de extrema derecha, ilegalizó acusar a los ciudadanos de ese país de cualquier complicidad en el Holocausto.
Por si estos casos fueran poco, ya en Alemania y Holanda, los partidos de extrema derecha son segundos en las encuestas, y podrían ser quienes definen quién y cómo se conforman los próximos gobiernos. Solo en Francia se denota un ligero retroceso del Frente Nacional, a espera de cómo continúa la frágil popularidad del presidente Macron.
Los programas de estos extremistas, con creciente apoyo popular, son similares. Nacionalismo económico y clara oposición a relegar competencias en la Unión Europea. Rechazo frontal y decisivo a permitir inmigración. Una decidida posición antiislamista, y un repudio abierto a todo lo que se considera contrario a su “cultura original”.
Después de la más larga historia europea, sin guerras entre los países enemigos de vieja data, y con una importante época de crecimiento y bienestar compartido, la pregunta es ¿por qué ese resurgimiento extremista? La fórmula es tan sencilla como hace 80-90 años, cuando el fascismo se tomo a gran parte de Europa.
Son elementos básicos: señalamiento de quién es o piensa diferente como enemigo común del proletariado y de la clase trabajadora. El ‘otro’, el diferente, es a quien hay que combatir, porque es el culpable de lo que pueda pasar ante un futuro incierto. Se logra expandir el miedo.
Con frases polémicas, sencillas, y sin ningún asidero académico, estos políticos logran convencer de que hay que volver a las raíces de lo propio, combatir lo extraño y extranjero, y luchar por la unidad nacional. El peligro de esta tendencia va de la mano de guerras comerciales como las que ha iniciado Trump, y hacen tambalear al sistema económico mundial.
El populismo va en avanzada en Europa. En este caso de extrema derecha. Sus consecuencias se pueden hacer notar muy pronto en nuestra región. Para el mundo en desarrollo, las tendencias europeas son preocupación frente a la protección de la continuidad del intercambio cultural, académico y comercial que ha cimentado los valores de las sociedades modernas.
Rafael Herz
Vicepresidente Ejecutivo de la ACP