Se viene diciendo que el manejo económico no depende del régimen político. Más aún, se señala que para el desarrollo de infraestructura y tecnología, un régimen autoritario permite mayores avances. Lo que viene ocurriendo en Turquía es señal de que la política sí importa para la solidez del direccionamiento económico y que las consecuencias pueden ser nefastas.
Hoy, ese país está inmerso en la peor crisis económica del viejo continente, las deudas públicas y privadas ascienden a más de 240.000 millones de dólares, y la inflación está en doble dígitos. La mayor parte de la deuda se encuentra contratada en monedas extranjeras, lo que implica que, ante la reciente devaluación de la divisa (el valor de la lira ha perdido más de 50 por ciento en un año), el gobierno y las empresas enfrenten un problema de liquidez y solvencia de suma complejidad. Esto, ha implicado una masiva salida de capitales y aumento de los precios de bienes importados.
El origen de esta crisis está en la mezcla peligrosa de populismo y autoritarismo del presidente Erdogan. La deuda pública se ha utilizado para la construcción de ‘monumentos’ a su legado: el aeropuerto de Istanbul y rascacielos en las ciudades, entre otros. Por 15 años en el poder, su política ha beneficiado la creación de riqueza e influencia de sus amigos. Los subsidios del Estado han estado dirigidos a apoyar a los islamistas, que eran excluidos en la etapa anterior de la república ‘occidentalizada’ de Kemal Ataturk. El uso de recursos públicos y garantías del Estado se han otorgado a compañías cercanas a Erdogan.
Ante la crítica situación reciente, los analistas y la banca con exposición en Turquía, han señalado que, la única forma de que los inversionistas vuelvan a tener confianza, requiere el aumento sostenido de las tasas de interés. Erdogan, confundiendo la medicina con la enfermedad, ha rechazado aumentar tasas de interés señalando que aumentan la inflación es contrario a cualquier análisis económico serio.
Su equipo económico cita miedo a una posible recesión y menor crecimiento como consecuencia de un aumento del costo del dinero. El resultado de la oposición a una política monetaria ortodoxa, ha sido la huida de capitales nacionales y extranjeros, aumentando la pobreza en el campo y en las ciudades.
Si bien, desde tiempo atrás el régimen presidencial turco se ha caracterizado por su falta de inclusión social y política, después del supuesto ‘golpe de Estado’ en el 2016, el régimen procedió con encarcelamientos y mayor centralización del poder en la Presidencia. El resultado ha sido una estructura política y económica sin reales controles. A esto se suma, la reciente guerra comercial con Estados Unidos, resultado de la crisis política por la no extradición de uno de los supuestos líderes del golpe de Estado.
La paradoja es que si bien, a la fecha, el presidente turco ha buscado apoyo de Rusia, lo más probable es que se requieran de préstamos del Fondo Monetario. Así la soluión pasará por el apoyo de ‘Occidente’, a quién Erdogan ha declarado su enemigo.
La política, en el caso turco, ha resultado en una crisis económica y financiera cuyas consecuencias aún no se pueden medir. El resultado es la falta de confianza en los países emergentes, hecho que se siente a más de 10.000 kilómetros de distancia en nuestro país.
Rafael Herz
Vicepresidente Ejecutivo de la ACP
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