Las preguntas son una herramienta fundamental para darle dinámica a la comunicación, y formularlas de manera adecuada es una competencia gerencial deseable por diversas razones, como la necesidad permanente en las organizaciones de dialogar de forma efectiva para tomar decisiones y avanzar a ejecutarlas.
Las buenas preguntas en las conversaciones gerenciales generan valor en escenarios en los cuales el tiempo es restringido y la complejidad es alta, tal es el caso en una junta directiva. Así mismo, en situaciones en las cuales las miradas a un asunto son diversas y está de por medio la necesidad de tomar una decisión partiendo de muchas alternativas. Hacer buenas preguntas, sin embargo, es más sofisticado de lo que parece.
Recientemente, en un espacio académico con ejecutivos que pertenecen o reportan a juntas directivas, exploramos cuales son, desde su experiencia, las características de las buenas preguntas en una conversación gerencial.
Las mejores preguntas suelen ser concretas, simples y claras, es decir, van al punto. En la comunicación gerencial, el poder de síntesis es una virtud altamente valorada. Este tipo de preguntas, carentes de editoriales, florituras y contextualizaciones innecesarias, suelen ser, por lo tanto, cortas. Otra condición básica de una buena pregunta, que podemos suponer obvia, aun sin serlo, es que sea pertinente a la conversación, en tanto respeta el alcance de esta última, no la arriesga a desviarse innecesariamente y no la pone a competir con asuntos aptos para otro momento.
Las buenas preguntas permiten que emerja información nueva que no estaba disponible, es decir, facilitan que se enriquezca y avance el diálogo a partir de elementos adicionales. También abren nuevas ventanas para el aprendizaje.
Otra de sus características, propia de las mejores preguntas, es que elevan el nivel de la discusión y del análisis, lo cual permite evolucionar en la madurez de la conversación y acercarla a su objetivo. Hay riesgos comunes en las conversaciones gerenciales.
Uno de ellos, es el de caer en redundancias. En tales casos, son de valor las preguntas que mueven la conversación hacia adelante en lugar de retrasarla. Otro riesgo frecuente es el de discutir desde paradigmas arraigados, algunos que pueden ser obsoletos o no relacionados con la conversación. En estos casos, las buenas preguntas retan supuestos y ayudan a desenmascarar sesgos que deterioran los procesos de toma de decisiones.
Las buenas preguntas tienen una sana intención, es decir, están movidas por el interés legítimo de indagar por lo relevante y no por el de generar ruido, que incomoda y distrae. De esa característica se deriva otra, muy interesante para promover el aprendizaje en las organizaciones: las buenas preguntas empoderan a quien las responde en lugar de ponerlo en aprietos. Ellas son una oportunidad para dejar a disposición de todos lo mejor del conocimiento y la experiencia individual.
Finalmente, encontramos dos elementos de forma que tienen las buenas preguntas: son limpias, es decir, no contienen implícita una respuesta ni están formuladas con sesgos que les restan transparencia para llegar a las mejores respuestas. Están planteadas para descubrir, no con la intención de hacer una afirmación de manera encubierta u oportunista. En la gerencia creemos, a veces, que es más importante la habilidad para responder preguntas que para hacerlas. Ambas competencias son importantes. A mayor nivel de responsabilidad, más critico es hacer buenas preguntas.
Carlos Téllez
Consultor empresarial
ctellez@bexco.c