Entre muchas otras personas, el alcalde Mayor de Bogotá, señor Enrique Peñalosa, ha manifestado su oposición a la decisión de la Corte Constitucional de Colombia con la cual revoca algunas normas contenidas en el Código de Policía que impedían el consumo de estupefacientes y bebidas alcohólicas en los espacios públicos. Y, naturalmente, el Alcalde y todos están en su derecho a emitir su opinión, aunque cabe advertir que esta revocatoria no implica una autorización para que el comercio de estos productos se haga en ese espacio público, como algunos agregan de su propia cosecha.
Naturalmente, se ha desatado la polémica a todos los niveles y no podía faltar la discusión de ello en las redes sociales. Hay quienes quieren mantener la prohibición del consumo en el espacio público, aduciendo el riesgo que esto implica para los niños en los parques. Otros piensan que este consumo es una decisión personal que no tiene porqué afectar a los demás.
Toda esta discusión resulta comprensible en un país que ha sido víctima de estigmatización internacional en los temas que tienen que ver, principalmente con la marihuana y la cocaína. No digo que esta victimización sea injusta, pero tampoco se merecen todos los colombianos esta caracterización.
Este asunto, como cualquier otro de menor importancia, que suceda en el país en estos últimos años ha generado una polarización que me parece totalmente indebida. Estas discusiones se vuelven de lucha política, lucha de clases, lucha generacional y hasta lucha de género. El caso de la empanada consumida en el espacio público ocupó los titulares de la prensa hablada y escrita durante un par de semanas al menos.
Yo, personalmente, ante la crítica del señor Alcalde publicada en Twitter y reproducida en Facebook en la que, además preguntaba acerca de quienes serían los responsables de proteger los derechos de “nuestros niños”, me atreví a sugerir en Facebook, que esa protección la podía hacer él con la autoridad que tiene, en vez de estar tumbando árboles y haciendo parques y canchas deportivas de cemento que la gente no quiere.
Cómo es lógico, en este polarizado ambiente, yo esperaba alguna respuesta de algún contradictor defendiendo al Alcalde. Pero eso no sucedió. Lo que sí ocurrió fue que fui objeto, públicamente, de una andanada de insultos de parte de un señor amigo de una muy querida amiga, quien parece ser una de esas muchas personas que en Colombia viven en permanente estado de agitación y reaccionan ante cualquier cosa como si todo fuera una afrenta personal y lo hacen de manera violenta dejando de lado la razón.
Es hora de que todos en Colombia bajen la guardia, sean más empáticos con los demás, pues no todo lo que sucede en el país tiene un ánimo agresivo, y que no ataquen las instituciones que son los pilares de la democracia. Desde esta humilde columna hago un llamado a preservar tantas cosas buenas que tiene Colombia, país que solo es mío por adopción y al cual quiero tanto como lo hace un hijo con su madre adoptiva.