No deja de sorprenderme la creatividad que despliegan las personas para adornar su lenguaje al dirigirse a un cliente de la empresa o a un usuario de la entidad para la cual trabaja.
Esta creatividad se evidencia a muchos niveles, aún en los ejecutivos, pero naturalmente en cuanto menor sea el grado de educación formal de la persona mayor es su propensión a ella.
Pareciera que esta creatividad se exhibe con el ánimo de parecer más culto o refinado de lo que se es y así estar al nivel del cliente. Es conocida la expresión, muy secretarial, de “perdón, ¿me recuerda su nombre?”, dicha a una persona con la que habla por primera vez en la vida. Claro que esta expresión ha evolucionado con la democracia mal entendida y, más recientemente, lo que se oye es “¿me recuerdas tu nombre?”, que no tiene perdón.
Me encuentro con frecuencia con los irreverentes jóvenes que creen tener el derecho de tutear a todo el mundo. En una visita a un almacén de venta de computadores personales, al verme frente al modelo más costoso de la marca, se me acercó un joven vendedor, y me dijo: “¿En qué te puedo ayudar?”. Yo pensé que serían tantas las cosas en las cuales me podría ayudar si no se tomara la libertad de tutearme. Le pregunté por el precio del aparato y salí del almacén con la decisión de comprarlo, pero en otro sitio.
El lenguaje no es susceptible de ser manejado por cada uno como se le dé la gana. No es un Renault 12 que, a pesar de haber sido diseñado con esmero por capacitados ingenieros y diseñadores, se ve sometido a la creatividad de su más reciente dueño que decide “engallarlo” por dentro y por fuera. En el caso del Renault, me parece totalmente válido que su propietario lo convierta en una expresión artística, le guste a uno o no, pero no es aceptable en el lenguaje, pues no es de nuestra propiedad.
El lenguaje es una forma de comunicación que nos permite entendernos y pensar, entre otras cosas. Por lo anterior, no podemos, cada uno, modificarlo a nuestro antojo, pues corremos el riesgo de que no nos entiendan o, peor, que nos malentiendan. La libertad con que algunos en las empresas adornan su lenguaje debe ser controlada ya que las reformas al idioma deben estar a cargo principalmente de los escritores que crean nuevas palabras para actualizarlo, no para adornarlo o adornarse.
Es del caso también mencionar otra expresión que se adopta para engallar el idioma: “¿Desea incluir el servicio?”. Claramente lo que el cliente puede o no hacer es querer incluir el valor del servicio o propina en la cuenta. Pero ya desearlo es una manifestación de una intensidad mucho mayor que la de solo querer.
No puedo dejar de mencionar el mal uso de la palabra “demasiado” que algunos ejecutivos, al hacer presentaciones, usan como sinónimo de “mucho”, pero más elegante; cuando la primera solo se puede usar como adjetivo de algo negativo. “Demasiado” se refiere a que hay algo en exceso, y nada bueno puede haber en exceso.
Y para ponerle la cereza al pastel, hoy me preguntaron desde una entidad financiera: “¿Usted ejerce la nacionalidad chilena?”. De ahí nació mi inspiración. En todo caso es mejor un mensaje de libreto que dejar volar la creatividad idiomática en la organización.
Paul Weiss Salas
Experto en inversiones bursátiles
paulweisss@yahoo.com