Los Estados Unidos invadieron Afganistán pocas semanas después del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001.
La intención era instalar un régimen que permitiera minimizar cualquier riesgo de auspiciar el terrorismo islámico fundamentalista de Al Qaeda, hecho que había sido el caso de los Talibanes, que gobernaron de 1996 hasta ese 2001 y ahora vuelven al poder 20 años después.
En su gobierno anterior, no solo auspiciaron el terrorismo, sino bajo el manto de la ley islámica, torturaron y mataron a miles de Afganos y excluyeron a mujeres y niñas de la educación y la vida diaria.
El año pasado el presidente Trump había negociado un acuerdo con los Talibanes, en reconocimiento de su control de vastas áreas del país y de su fuerza militar, con la intención de asegurar que se permitiera a las tropas americanas salir del país, sin ataques.
Se dejó a una etapa posterior cualquier negociación entre el régimen y los Talibanes sobre una posible transición posterior. Así los Republicanos que hoy critican a Biden por el ‘caos’ generado por el retiro de los Estado Unidos, no pueden olvidar que la decisión se tomó desde el gobierno anterior.
Sin embargo, si es cierto que la administración nueva decidió acelerar el retiro de las tropas y midió, de manera equívoca, y así lo admitió el mismo presidente en una alocución televisiva, la rapidez con la que los Talibanes se tomaran el poder y básicamente sin resistencia.
Lo preocupante ahora es que los nuevos aliados del régimen islámico fundamentalista sean China y Rusia principalmente. Países que han demostrado que poco les importan los derechos humanos en los países de su influencia (ejemplo claro el apoyo de Rusia al régimen totalitario de Siria), sino también al interior de sus países. Pruebas de lo anterior son los inexistentes derechos laborales en China, y los encarcelamientos y asesinatos de líderes de oposición en Rusia.
En ese sentido, parece claro que los Estados Unidos, aún con Biden, han dado prioridad a temas internos frente a la protección de los derechos humanos en otras jurisdicciones.
En ese contexto, la supuesta diferencia de la política exterior de Biden con la de su antecesor, no parece ser tan clara como anticipada en la campaña electoral.
Las últimas semanas, pero sobretodo las recientes imágenes del aeropuerto de Kabul, demuestran que los EE. UU. decidieron regresar sus tropas y sus conciudadanos de Afganistán, sin siquiera contemplar lo que vaya a pasar en el futuro en ese país, tan lejano para muchos, pero tan simbólico para otros.
Y así, lo más inquietante es lo indefenso de muchos ante un nuevo régimen fundamentalista, sin que se defienda sobretodo a niñas y mujeres, con el derecho básico a la vida, la libertad y la elección.
Se van las tropas y se protegen las vidas de los soldados americanos (‘cálculo’), se queda la incertidumbre para millones de afganos sin que se hubiera negociado e incluido una política de derechos humanos en la transición (‘imprevisión’). Parece un resultado pobre después de 20 años de presencia de los Estados Unidos en Afganistán.
Rafael Herz
Analista Internacional
rsherz@hotmail.com