La definición de ‘resentimiento’ es de un sentimiento persistente de enfado hacia alguien por considerarlo causante de una ofensa y se manifiesta en actos hostiles. A esto se suma el odio como un sentimiento hacia alguien que provoca producirle daño, y que es fuente o consecuencia de ese resentimiento.
La historia de gobernantes cuyo principal motivación se basaba en el resentimiento o el odio y por ende en combatir a sus contrincantes más que en construir una sociedad más justa, son numerosos. Aquí solo unos pocos, que señalan el costo de una ideología basada en el rencor.
La Alemania de Hitler estaba construida sobre el odio de su líder contra los judíos y lo logró canalizar al designarlos los culpables de lo que le había pasado a los alemanes después de la primera guerra mundial, que se caracterizó por una crisis económica resultante en desempleo y pobreza. El desenlace de este odio no solo fue el fin de la débil democracia alemana, sino el inicio de una segunda guerra mundial y el holocausto con sus nefastas consecuencias para la vida humana de millones de inocentes.
Otro ejemplo es la Apartheid y la excusión racista en Sudáfrica. El régimen sudafricano, durante décadas, estaba más preocupado por excluir a la población negra que por fomentar el crecimiento para beneficio de todos. Los costos de la separación en colegios, hospitales, la falta de inversión como castigo al régimen, son solo algunos ejemplos de lo que culminó en una crisis económica insostenible.
En América Latina, existen varios ejemplos de gobernantes cuyo principal propósito fue gobernar bajo el manto del resentimiento. Pinochet, marcó los primeros años de su gobierno para excluir a los ‘socialistas’ que habían, según el, destruido el tejido social de Chile. Con esa ‘disculpa’, desparecieron miles de estudiantes y políticos con un costo enorme para la convivencia pacífica, que solo se logró reconstruir décadas después. Y el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, en vez de combatir la pobreza y la inequidad, se dedicó a perseguir a la llamada ‘oposición’ que ha venido cambiando según sus creencias ideológicas.
Todo gobernante tiene el derecho de construir sobre su ideología al haber recibido el voto mayoritario de quienes, o bien comparten esas creencias, o al menos las consideran el paso a seguir. Lo que no puede ocurrir en una sociedad moderna y que basa su valores sobre la convivencia pacífica, es la falta de respeto a las opiniones de las minorías, la eliminación del derecho a la oposición, y la imposibilidad de disentir.
Aquella famosa pregunta de ¿el poder para qué?, debería ser respondida con la intención de defender la democracia y propender por el progreso social, de defender el interés general, de crear igualdad de oportunidades, de mejorar la calidad de vida, y de buscar la inclusión. Sin odio y sin resentimiento. No en contra de alguien sino a favor de la paz social.
Rafael Herz
Analista Internacional