La entrega de los Oscares, como premio más relevante del cine actual, estaba programada como una celebración de la inclusión y la diversidad. La primera indicación de eso fue el nombramiento de tres presentadoras mujeres, de las cuáles dos eran afroamericanas.
La celebración también incluía a los latinos. La película animada Encanto fue un reconocimiento a la música, a los valores familiares, y a la cultura de América Latina, y un especial premio para Colombia. A su vez, Ariana De Bose, de origen puertorriqueño por el lado paterno, recibió el premio a mejor actriz de reparto en el musical West Side Story que, por su parte, es una historia sobre la inmigración de esa isla caribeña a los EE. UU. En su discurso de recepción señaló pertenecer a la comunidad Lgbti. El premio de mejor actor de reparto a Troy Kotsur y el de mejor película a Coda sobre la vida en una familia con padres sordomudos (versión americana de la francesa Familia Bélier) es un reconocimiento a la necesidad de inclusión y respeto por los minusválidos.
Si bien se puede discutir sobre si la entrega de premios al cine debe incluir pronunciamientos políticos, la corta intervención de Mila Kunis, de origen ucraniano y señalando la destrucción que reina en el mundo, fue un importante momento de protesta contra la incomprensible invasión rusa a ese país. A eso, se sumó cuando el director Francis Ford Coppola, en la conmemoración de los 50 años de la película El Padrino, finalizó con “Viva Ucrania”.
Y finalmente, se entregó el premio a mejor actor a Will Smith por su rol como padre de las hermanas Williams, de origen afroamericano, que revolucionaron el tenis con sus éxitos en un deporte dominado por mujeres de origen blanco. El padre de las Williams con su ambición y su perseverancia fue quien cimentó ese éxito. Una celebración de lo que pueden lograr las minorías en la sociedad americana si se lo proponen, aun contra los obstáculos propios de un país donde persiste la lucha contra la exclusión.
Pero fue Will Smith el que cambió la celebración por bochorno. Ante un innecesario e inoportuno chiste del comediante Cris Rock sobre el peinado de la esposa de Smith (que sufre una enfermedad que redunda en la caída del pelo), el ganador del Oscar (se le entregaría minutos después) se levantó, golpeó al comediante en el escenario, y le gritó luego con grosería habiendo regresado a su asiento. De manera efusiva y violenta, el actor dejó una señal de innecesarias reacciones entre dos celebridades afroamericanas.
Así, la celebración culminó con un gran sinsabor. En una época en la que se requiere más que nunca un respeto a la divergencia, a la aceptación de quienes piensan diferente, el rechazo al despotismo y a la violencia, el golpe de Will Smith fue una bofetada a esos valores más que solo a Cris Rock. Ese golpe en una transmisión en vivo por la televisión a todo el mundo, va más allá de un simple problema entre la farándula. Dejó entrever que la sociedad americana tiene un camino largo por recorrer para lograr el respeto a las opiniones diferentes sin incurrir en violencia verbal y física.
RAFAEL HERZ
Analista Internacional
rsherz@hotmail.com