MARTES, 28 DE NOVIEMBRE DE 2023

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Raúl Jaramillo Panesso

El tono desapacible

Raúl Jaramillo Panesso
POR:
Raúl Jaramillo Panesso

Compartir posiciones o disentir deberían ser oportunidades de intercambiar inteligencia y conocimiento, sin implicación emocional.

La discrepancia decente enseña democracia y afina la gestión pública, la política, el fútbol o lo que sea, sin necesidad de irritar. Bienvenidas maneras distintas de ver, y si unos exponen las suyas deberían estar dispuestos a que los demás opinen distinto, sin agredirse.

Pero la carga de rabia, el deseo de figuración o la simple homofobia (que es el verdadero sentido de esta palabreja usada hoy para lo que no es), emponzoña los medios y los espíritus. Hay columnistas que francamente asquean.

Si por excepción se logra convocar una marcha que unifique el pensar colectivo contra el secuestro de las Farc -para lo cual casi fue prerrequisito desfilar en silencio-, al día siguiente se arma otra con mensaje confuso y guachafitas desplegadas a la bartola. Damos a todo debate un cariz donde el alternante quede en posición de enemigo, cretino o mal ciudadano.

En las revistas y periódicos de fin de semana ya no se lee material analítico, informes y opiniones de actualidad cercana o mundial, sino prontuarios, denuncias, miserias, chismes abrumadores, como si no hubiera más de qué hablar. Se dice que el país está 'desinstitucionalizado', cualquier cosa que eso quiera decir.

¿Cómo así que las instituciones andan por el suelo justamente cuando están demostrando que son capaces de afrontar rezagos del período más oscuro de nuestra historia?

Funcionan el Ejecutivo, las cortes, los fiscales, la procuraduría y hasta a medias el Congreso. Todos rastrillan su independencia con innecesarias dosis de altivez.

Aquí lo más 'desestabilizador', en mi humilde concepto, son los magistrados adictos al micrófono y la prensa misma. Si alguna institución llegara a atorarse, hay baraja de salidas sin choque de trenes ni golpes de estado que engolan a los genios politólogos. Yo no veo hecatombes por ninguna parte.

Hecatombe fue lo que tuvimos hace unos años por acción de narcos, paramilitares, cuerpos de seguridad y guerrillas, envalentonados.

Ya esos humos se bajaron y los sindicados están a disposición de los jueces. O lo estarán. Lo demás es pura bulla, mezquindad y sacadas de clavos.

Sobran comentaristas que nos quieren llevar a una crisis total o al manicomio, para probar cuán puros e inteligentes son.

La intemperancia en ellos luce como mandato genético, y cualquier tópico que toquen busca poner a las partes en pie de guerra. Lo peor es que a los medios les gusta así y lo fomentan a conciencia.

Ciertas figuras periodísticas, las que peor escriben, emulan en el
papel de Catones y buscan desesperadamente reos, interrogan como fiscales, aunque no haya materia de acusación o los hechos que ventilan sean apenas una mínima parte de los hechos.

Mercachifles del rating.

La labor mediática -y no me excluyo- está llevando la retórica de depuración moral hasta la esquizofrenia. Si usted examina las negociaciones de paz con los 'paras' o con la guerrilla, verá cómo se produjeron sistemáticamente reacciones para encontrarles a posteriori lados flacos y toda clase de entuertos -reales o supuestos- con que socavarlas. O para cerrarle el paso a las que han de venir. Cantaletean de paz, pero la boicotean a diario.

Los voceros armados sin duda tienen psiquis piromaníaca, pero quienes estamos afuera actuamos con mañosidad indignante para tirarnos al Gobierno o a quien luzca demasiado protagonista, o a ambos, a un costo infinito para el país.

Mi generación, a fuer de libertaria, nos acostumbró al lenguaje bronco hasta para hacer una caricia. Ahora se suma el estilo jocoso y mercenario que apuñala a amigos y enemigos de ocasión. Oportunistas veletas.

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