La peor parte de la situación jurídica del alcalde Petro se la lleva la crítica, la crítica sana y necesaria para el avance del trabajo de gobierno. Hacerlas hoy en día, sin ser tachados de estar a favor o en contra, es muy difícil. Afortunadamente, aquí me refiero a un tema que hace parte de la agenda de la ciudad desde hace por lo menos veinte años.
Hay diversas personalidades, nacionales y extranjeras, a las que Colombia debe honrar por sus contribuciones al desarrollo económico, social y ambiental del país. Grandes mujeres y hombres que hoy son referente en diferentes campos. El holándes Thomas Van der Hammen, es uno de ellos (http://www.minambiente.gov.co/documentos/noticias_2010/110310_hv_thomas_van_der_hammen.pdf).
Sin embargo, el tributo a nuestros ancestros debe guardar proporción con el tributo a nuestros descendientes.
El gobierno de Bogotá dio inicio a una inversión de 70 millones de dólares para reparar 12 hectáreas de la reserva ambiental con la que vamos a homenajear a Van der Hammen. La inversión incluye la compra de predios y la recuperación de las especies nativas, y busca restablecer la conexión ambiental de un ecosistema que fue violentado por la urbanización sin planeación de las décadas pasadas.
Los recursos de esa inversión no contemplan la solución de la causa original de la decapitación del ecosistema: la construcción de la Autopista Norte con un bajísimo estándar de calidad. Rehacer la autopista en condiciones ambientalmente adecuadas de elevación y en consistencia con el flujo vehicular que ya se observa en los 12 kilómetros entre la Calle 170 y La Caro, tendría un costo cercano a los 100 millones de dólares.
No me opondría a que la Autopista Norte se la rebautice con el nombre de Van der Hammen. Me opongo, sí, a que se invierta en honrarlo sin un plan maestro de inversiones que haga consistente el desarrollo urbano con el legado ambiental para nuestros descendientes. Me opongo, sí, a que ese tributo no contemple el problema estructural que destruye el ecosistema e inunda cíclicamente la autopista.
En ese contexto aplaudiría la reparación de los bosques, la regulación de los usos del suelo e incluso, ¿por qué no?, la restitución de los humedales que fueron brutalmente rellenados de cascajo, atropellando el ordenamiento jurídico que existía incluso antes de que fuera declarada la Reserva Van der Hammen.
Esta inversión es otro signo de la inconsistencia del plan de inversiones del Acueducto respecto del plan de desarrollo de la ciudad. Las ricas finanzas de la empresa obedecen a una de las reformas más ejemplares del mundo, resultado de la Constitución de 1991 y de la Ley 142 de 1994 de servicios públicos domiciliarios. Un principio simple: no hay agua más cara que la que no se paga. Pagamos, entonces, un servicio que no es barato, para garantizar la sostenibilidad de la operación y las inversiones de largo plazo.
Pero, los alcaldes, ante semejante volumen de recursos, empiezan a mirar para los lados. Los honrados los desperdician haciendo edificios, comedores sociales y otras cosas fuera de la misión de esas empresas. No es raro que en el caso de Bogotá, el Acueducto terminara siendo la fuente de recursos para una reparación ambiental que no esta ligada directamente con el agua potable o el manejo de las aguas residuales de la ciudad.
Y al mismo tiempo, el gobierno de la ciudad no tiene los recursos para poner el bolsillo donde está el corazón de su plan de desarrollo. Inversiones que sí tienen que ver con la misión del Acueducto como es la reconstrucción de las redes del centro de la ciudad. Seamos dramáticos y digamos que hay que hacerlas 100 por ciento nuevas.
Hoy, hay 40 mil predios; si la densidad se multiplica por tres, tendríamos 120 mil. El costo por unidad de redes de agua y alcantarillado es de 1.500 dólares, es decir, una inversión de 180 millones de dólares que el Acueducto sí puede hacer y que le daría sentido a la Bogotá Humana. No nos digamos mentiras: si unos constructores no quieren edificar en el centro, lo harán otros. Todo depende de la demanda. Y esta llegará si el gobierno no se limita a dar un discurso, sino que hace las inversiones para transformar el centro.
Un centro con redes, equipamientos y organizado alrededor del eje del metro sería, dada la reducción del combustible, necesario para movernos, la mejor herencia ambiental para nuestros descendientes. Si quieren, bautícenlo el centro o el metro Van der Hammen, pero que el Acueducto haga las inversiones de mayor impacto para los bogotanos, para los de ahora y los que vendrán. Que haya consistencia entre el discurso, el plan de desarrollo y las inversiones del Acueducto, no piezas aisladas que aunque loables no hacen sentido.
Tito Yepes
Investigador Asociado de Fedesarrollo.