Cuando Roger Merton (premio Nobel de economía en 1997) visitó el país el pasado mes de agosto en virtud de una conferencia sobre hipotecas inversas como alternativa de fondo de retiro, despertó el interés no sólo del inquieto auditorio de la Universidad de Los Andes, sino de un amplio público quizás por lo novedoso de la propuesta.
No obstante, y debido quizás a que este instrumento financiero es prácticamente desconocido en el país, pocos se percataron de que en realidad no era una propuesta nueva ni mucho menos de su autoría. Las hipotecas inversas, que resultan ser un mecanismo financiero apropiado como alternativa de jubilación, se han venido aplicando en el mundo desde la década del 60 (Reino Unido), y más recientemente en Estados Unidos (1989) y España (2007).
La Hipoteca Inversa no es más que un mecanismo financiero que le abre la posibilidad a los adultos mayores que posean una vivienda propia de convertir su propiedad (al dejarla en garantía) en una renta líquida a través de un préstamo vitalicio y no reembolsable, permitiéndole vivir en su vivienda hasta su fallecimiento.
Es un mecanismo relativamente simple que le permite, a personas entre 60-65 años (según estándares internacionales y dependiendo de la edad de jubilación) utilizar la riqueza que han adquirido a lo largo de su vida laboral (y que en la mayoría de casos se encuentra expresada en su vivienda) en un fondo de retiro para la vejez para aquellos que no lograron acceder a una pensión o, para los que sí tuvieron esa fortuna, de convertirla en un ingreso adicional que les permita mejorar su calidad de vida.
Y es que para aquellos que no logran acceder a una pensión ni a ninguna fuente de ingresos para enfrentar su vejez, pero que llegaron a ser propietarios de una vivienda que lograron pagar tras muchos años de esfuerzo, esta propiedad, más que generarles rentas, genera con los años amplios gastos de mantenimiento y conservación, lo que precariza aún más su poder adquisitivo en esta etapa de su vida.
Pese a que quizás uno de los obstáculos de este instrumento financiero es que parecería estarse hipotecando el futuro de la familia, claramente no todos los que llegan a la edad de retiro tienen la intención de heredar (muchos quizás no tienen herederos), caso en el cual este mecanismo luce atractivo en la medida en que, quienes así lo deseen, pueden aprovechar su patrimonio en favor de una mejor calidad de vida en su vejez convirtiendo su vivienda en una renta líquida y sin tener que abandonar su propiedad.
Este instrumento financiero, sin embargo, también ha logrado adaptarse, según la experiencia internacional, a quienes sí deseen dejar una herencia en la medida en que también permite abrir la posibilidad de que la renta mensual sea sólo de carácter temporal y equivalente a un porcentaje del valor de la vivienda, de manera que los hijos y/o herederos, una vez el jubilado fallezca, puedan recuperar el inmueble restituyendo los desembolsos o liquidando el activo y saldando la deuda.
Colombia, a través de su sistema regulatorio y financiero, está en mora de acoger este tipo de mecanismos como alternativa de retiro para aquellas personas que, por fortuna, disponen de una vivienda propia y que llegaron a su vejez ya sea con una pensión poco digna o, como suele ser la norma, sin posibilidades de jubilación. Esta necesidad surge también en un contexto en el que la esperanza de vida en Colombia se ha venido incrementando en las últimas décadas aún en medio de las constantes dificultades para acceder a una pensión en condiciones favorables.
A partir de 2014 la edad de jubilación paso a ser de 62 años para hombres y 57 para mujeres (aumentando dos años frente a 2013), un incremento que parecería consistente con el aumento de la esperanza de vida de los colombianos (hoy cercana a los 79 años frente a los 70 años de décadas pasadas).
Sin embargo, el sabor es agridulce cuando la esperanza de vida saludable en el país tan sólo llega a los 68 años (66 en el caso de los hombre y 70 para las mujeres, según la organización mundial de la Salud), lo que hace aún más apremiante recurrir a mecanismos que le permitan a las personas en edad de jubilarse (y que difícilmente podrán hacerlo) poder solventar con mayor holgura lo ingentes gastos en salud asociados a la vejez.
Esta medida luce incluso más apremiante en un país que, como Colombia, mantiene una cobertura en pensión por debajo del 40% (medido como la relación entre el número de pensionados y la población en edad de pensionarse) frente al 90%-100% de los países de la OCDE y al 50% del promedio de Latinoamérica.
Y es que a pesar de los avances de los últimos años, la informalidad laboral en Colombia aún bordea cerca del 48% de la población ocupada, un hecho que evidencia los grandes desafíos en materia de contratación formal y pone de manifiesto la dificultad que tendrá que afrontar buena parte de la población ocupada en los próximos años para lograr obtener mejores oportunidades de acceso a un determinado esquema de pensión.
El país deberá analizar con cuidadosa métrica una reforma al mercado hipotecario que permita incluir este tipo de mecanismos como alternativa de pensión si queremos avanzar hacia un Estado de Bienestar en el que la posibilidad de jubilación y de una vejez digna, hoy lejana para muchos, comience a ser una realidad palpable para quienes hoy ser acercan a la edad adulta sin mayores fuentes de ingreso y que, en las condiciones actuales, no tienen más posibilidad que ver cómo su vida comienza a convertirles en un drama…
Germán Montoya
Chief Economist. Telefónica-Colombia
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