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Análisis/Hacia una política medioambiental relevante

Redacción Portafolio
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Redacción Portafolio

La gran controversia y cobertura mediática desatadas alrededor de la compañía minera de carbón Drummond, por el accidente de la barcaza y la consecuente prohibición de la utilización de estas, y la sequía en el Casanare, son una muestra importante del perfil mediático que han adquirido algunos asuntos ambientales y, también, de las dificultades de los gobiernos para administrarlos relevantemente.

El concepto internacional de política medioambiental es de una creación muy reciente, aún en proceso de maduración. Solo en los últimos 10 años, en la medida que el debate sobre el calentamiento global ha sobresalido, se ha convertido en una de las partes centrales de la actividad gubernamental. La protección del medioambiente debe ser claramente liderada por los gobiernos, pues de manera similar a la justicia, a la seguridad, a la moneda, es necesaria para el bienestar común. Y, los individuos, actuando aisladamente y sin control, tenderán a depredar el medioambiente para su beneficio personal y perjuicio colectivo.

Llegar a una política efectiva en este sentido será un largo proceso. Hasta la fecha, y desde que se instauró el Ministerio del Medio Ambiente, en 1993, este no ha dejado evidencia de su efectividad. No ha mejorado ni la conservación general de la naturaleza ni la exposición de los colombianos a la contaminación, tampoco ha disminuido la contribución de nuestro país al calentamiento global; la política ambiental ha tenido un impacto irrelevante.

Tal vez el problema comienza en la definición de los objetivos, los cuales hoy están ausentes. Ni el público los conoce, ni parece existir algún tipo de consenso en este sentido (‘¿qué buscamos con la regulación de política ambiental?’).

Sin metas, sin logros cuantificables, con una normativa errática, las acciones para proteger el medio terminan efectuándose solo donde ‘se puede hacer algo’ –así no sirva para nada– y no en lo ‘que se debe hacer’. Esto resulta, por ejemplo, en la multitud de trámites exigidos por la normativa ambiental para el desarrollo de nuevos proyectos de inversión, con pocos efectos prácticos y significativos, más allá de aumentar las dificultades para el desarrollo empresarial. Mientras tanto, los grandes problemas ambientales del país, verdaderamente difíciles de solucionar, permanecen intactos. La política ambiental debe enfocarse en cumplir dos metas.

Conservar la naturaleza: cuidarla para que sobreviva, se reproduzca y perdure. La larga historia humana de conquista de la naturaleza determina que sea muy difícil obtener resultados tangibles con respecto a este primer objetivo. El calentamiento global ha constituido una gran alerta; la población del mundo esta presenciando en vivo la gravedad de lo que representa la desaparición de los bosques, las crecientes emisiones de carbono y, en general, la presión sobre el medioambiente, que implica una población que se ha multiplicado por 6 en menos de un siglo, a la vez que ha multiplicado varias veces su capacidad de consumo.

Desafortunadamente, los recursos naturales no tienen un precio de mercado que represente su verdadero valor para la humanidad. Cada acto de depredación significa un enorme beneficio para el depredador, pero, por sí solo, apenas perjudica un poco a todos los demás. Esta asimetría dificulta tremendamente el control. El problema ha sido el mismo alrededor del globo: las áreas vírgenes y las especies animales nativas han desaparecido de casi toda Europa, y de crecientes secciones del resto del mundo.

Colombia tiene la gran fortuna y responsabilidad de contar con algunos de los pocos territorios vírgenes del planeta entero. Se han destacado la creación y ampliación de los parques naturales en zonas remotas y deshabitadas, lo que facilita la labor, que no por esto es menos importante. Claro, es esencial la consolidación de los mismos mediante –entre otras– la expulsión de los innumerables privados que aún permanecen allí y los explotan. De lo contrario, se puede quedar en buenas intenciones, como sucedió con la creación en 1976 de la Reserva Forestal de la Cuenca Alta del Río Bogotá, abarcando, en teoría, 240 mil hectáreas, pero, en la práctica, protegiendo ninguna. Posiblemente las zonas vedadas a la actividad humana deban ser más amplias para que esta se concentre en el centro tradicional colombiano y parte de la costa caribe.

Proteger la salud: hay que preservar la salud de los ciudadanos de los males ambientales inmediatos. Colombia es un país con una naturaleza todavía abundante, pero, paradójicamente, los colombianos urbanos vivimos expuestos a una muy alta contaminación del aire, aun con una cantidad relativamente baja de vehículos. El daño sobre los sistemas respiratorios y cardiovasculares de los citadinos es evidente. Este es el perjuicio ambiental más grave para la salud colectiva. Pero, aparentemente, pasa desapercibido ante los funcionarios de las autoridades ambientales, quienes están concentrados en supervisar pequeños y obtusos detalles de obras lejanas en parajes aislados. Carros, busetas y buses que transitan con motores de los años 70 no parecen sujetos a ninguna regulación ambiental, a pesar de que sus bocanadas de humo negro, con monóxido de carbono y material particulado, perjudican directamente la salud de más colombianos que la totalidad de los proyectos solicitando licencia ambiental. Por algo el suicidio con monóxido de carbono continúa siendo uno de los más placenteros: la víctima no percibe el daño ni se incomoda, hasta que este es irreversible.

La falta de resultados en la protección de la salud frente a la contaminación es sencillamente inexplicable. La coacción se puede concentrar sobre pocos y los beneficios son muy inmediatos, tangibles y cercanos a amplios sectores del electorado. Los países desarrollados han sido exitosos protegiendo la salud humana, a pesar de su deficiente conservación de la naturaleza.

La política ambiental no puede dedicarse a lo irrelevante, a la minucia innecesaria, a lo nimio, en una posición pasiva, sino debe priorizar los problemas y ejercer una actitud proactiva, con planes y ejecuciones para resolverlos.

Luis Kleyn

Consultor empresarial

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