En la septuagésima asamblea de la Andi, celebrada en Medellín el 14 y 15 de agosto pasados, nuevamente se presentó el catálogo de factores que están afectando negativamente el desempeño de la industria manufacturera: revaluación, contrabando, costos de transporte, precio de la energía, entre otros.
La preocupación de expresada no carece de fundamento. En los dos últimos años, la industria presentó crecimientos negativos al tiempo que las variaciones positivas registradas en el 2010 y el 2011 apenas lograron compensar el retroceso del sector en el 2009, año en el cual el valor agregado manufacturero cayó en 4,1 por ciento.
Entre el 2001 y el 2007, la industria creció a tasas iguales o superiores a las del PIB.
En los últimos años se han adoptado un gran número de medidas de política pública para apoyar la industria, plasmadas en no menos de 10 documentos Conpes. Ahora, se habla de crear un ministerio de industria que adelante una política industrial. Se argumenta que el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo (MCIT) favorece la agenda comercial en detrimento de la industrial. Aunque la idea del nuevo ministerio no parece haber prosperado, el Gobierno Nacional se comprometió a darle al MCIT funciones de ministerio de industria. Esto debe significar que la política industrial será su prioridad.
Todo esto es plausible, pero conviene examinar la situación de la industria en perspectiva, distinguiendo entre los factores coyunturales que afectan su desempeño y las tendencias de largo plazo que llevan a la reducción y al estancamiento de su participación en el PIB.
La reducción de la participación del valor agregado manufacturero (VAM) en el PIB, hace parte del proceso de cambio estructural que enfrentan las economías a medida que aumenta el ingreso por habitante. Al inicio del proceso de industrialización y durante un periodo más o menos prolongado, la industria aumenta su participación en el valor agregado, al tiempo que declina la participación de las actividades primarias. En algún momento, el crecimiento de la industria se desacelera, alcanza su máxima participación y empieza a ceder frente al desarrollo del sector de los servicios. Según un estudio reciente de la Onudi, el patrón internacional indica que esto ocurre cuando la industria representa aproximadamente 20 por ciento del valor agregado y el ingreso por habitante es US$14.000.
El despegue de la industria colombiana en los años 30 fue más bien tardío frente a países como México, Brasil, Chile y Argentina que iniciaron su desarrollo industrial 40 años antes. Según un estudio de Echavarría y Villamizar, la tasa de crecimiento anual promedio de la industria fue de 7,5% frente a 4,7% del PIB, entre 1929 y 1973.
A partir de este año, cuando el VAM alcanza su máxima participación en el PIB (23,5%), se inicia un proceso gradual de reducción que lo lleva a 18%, hacia 1998-1999. El choque externo de la llamada crisis de fin del siglo contrae abruptamente la industria, que en un solo año pierde 3,4 puntos porcentuales de participación. Entre el 2001 y el 2007, la industria crece a una tasa media anual de 5,2% frente a 4,5% del PIB, recuperando levemente su participación que llega a 15% en el 2007. En el 2008, un nuevo choque externo –la crisis hipotecaria y la recesión que provocó– afecta el desempeño de la industria, que en ese año crece 0,6%, y en el 2009 cae en 4,1%. El resto es la historia reciente.
La política industrial debe tener en cuenta las circunstancias descritas. La declinación de la participación de la industria hace parte del proceso de cambio estructural por el que atraviesan todas las economías. Es posible, como sostienen algunos, que el proceso de desindustrialización colombiano sea relativamente prematuro, pero es claro que sucesivos choques externos lo han acelerado.
La llamada ‘política industrial’ debe orientarse a permitir que la industria supere el efecto de las circunstancias coyunturales que la han afectado y prepararla contra las que seguramente se presentarán en el futuro. Lo fundamental es la preservación de los equilibrios macroeconómicos que es lo único que permite la política económica contracíclica en presencia de choques externos. Se debe también buscar que todas las medidas de apoyo directo o indirecto que se adopten sean lo más neutrales desde el punto de vista de la rentabilidad de las demás actividades económicas y del consumidor.
Hay que beneficiar a las actividades industriales con potencial de crecimiento en el mercado mundial, no a las declinantes que solo pueden subsistir bajo esquema proteccionistas en el mercado local. No es posible volver a estos esquemas que permitieron el desarrollo de industrias débiles incapaces de resistir la más mínima reducción del arancel o una leve apreciación de la tasa de cambio.
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Docente Universidad Eafit