La preocupación principal de los pequeños empresarios de la bioeconomía en Colombia, que utilizan recursos genéticos como la base de sus empresas, centros de investigación, universidades, entre otros, es el Contrato de Acceso a Recursos Genéticos (Carg) en el país, es decir, los procesos regulatorios para desarrollar y/o innovar en biotecnología, usando los recursos genéticos.
No tener Carg adecuado significa no poder participar de las posibilidades de desarrollo de la bioeconomía, contrario a lo que están haciendo la Comisión Europea y Estados Unidos, este último, a través del Proyecto de Bioeconomía Nacional, presentado en abril del 2012 por la Casa Blanca, o el diseño de la Agenda Política para la Bioeconomía al 2030, elaborada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde).
Se requieren procesos regulatorios que incentiven la investigación y desarrollo, estimulen la innovación, permitan el desarrollo de joint ventures o alianzas privadas y públicas, generando un valor agregado significativo para el avance de la bioeconomía en Colombia. En muchos casos, los procesos regulatorios pueden limitar a los investigadores, universidades o a las empresas para que realicen investigaciones, debido a la incertidumbre en los procesos mismos y/o a los altos costos que pueden generarse.
Para los grandes jugadores de la bioeconomía en Colombia, v.g., los palmicultores y cañicultores, el Carg no es necesario, no es un impedimento, como tampoco lo ha sido para los que cultivan flores a gran escala, o maíz, papa, banano, algodón y café, entre otras especies, que bien podrían considerarse parte también de nuestros recursos genéticos. Mientras no se definan condiciones viables para los Carg, dejaremos por fuera de la bioeconomía novedosa y competitiva, la que le produciría dividendos significativos a Colombia y a la región, a los pequeños empresarios que han luchado como verdaderos Davides por ganarle al gigante Goliat, las megaempresas que fácilmente podrían absorberlos si quisieran. Si esos pequeños empresarios no tienen acceso a los recursos genéticos para seguir inventando y creando productos a partir de ellos, con el panorama de hoy, la bioeconomía y todas sus virtudes se reducirá a los biocombustibles, donde los actores ya fueron escogidos y tienen sus roles bien definidos en Colombia y otros países de la región.
Afortunadamente, para las universidades colombianas, esta situación estaría por cambiar, gracias, en parte, a la invaluable gestión de docentes como Gonzalo Andrade (de la Universidad Nacional de Bogotá), quien ha anunciado que el Gobierno Nacional estaría ‘suavizando’ las exigencias para obtener el Carg para estas instituciones, lo cual es loable, pero no deja de ser inequitativo para los demás: los pequeños empresarios que también pueden, quieren y deben, formar parte de la bioeconomía. Estos pequeños empresarios de las flores (como Orquídeas del Valle), de los bioinsumos (v.g., Corpoica), de la biodiversidad en general (como El Parque Biopacífico), o de la riqueza genética de microrganismos y sus derivados moleculares (que exploran empresas como Corpogen), se han ganado un puesto en el renglón de la bioeconomía.
La gran ventaja es que todo está por hacerse en el campo de la bioeconomía, lo cual fue una de las conclusiones del foro nacional de bioeconomía realizado en el Ciat (Palmira) a inicios del mes de noviembre del 2012. Al final del evento se percibió entre los asistentes un pesimismo por la falta de políticas claras para establecer una bioeconomía local y/o regional, pesimismo derivado posiblemente de la imposibilidad para acceder a los recursos genéticos, en el caso colombiano y, tal vez, porque este foro precisamente fue un primer paso para definir a qué le debemos apostar en la bioeconomía, para enfocarnos, una condición sine qua non del éxito.
Por lo tanto, las políticas están siendo todavía creadas, lo cual no puede ser causa del pesimismo. Hay que anotar, que los renglones fuertes de las economías de la región (entiéndase Latinoamérica y el Caribe) se han basado, y aún se basan, en lo bioquímico: la agricultura (convencional y OGM), la pesca, el petróleo, los metales, el agua, el gas, entre otros. Lo anterior motiva para que se participe activamente en la definición de reglas de juego claras para sacar adelante una bioeconomía que ya existe, que siempre ha existido, pero que ahora debemos ampliarla más allá de los productos convencionales y tradicionales que dominan el mercado mundial.
Para evitar demeritar la biotecnología agrícola extensiva, la importada y dedicada a los megacultivos con tolerancias a insectos y/o herbicidas, incentivar la bioeconomía en Colombia contribuirá a que alcancemos, usando nuestro propio ingenio y nuestra diversidad, las metas que la biotecnología agrícola comercial está logrando: una producción agrícola sostenible, con menos insumos, y más conservación del suelo.
*En colaboración con Paul Chavarriaga, Investigador del Centro Internacional de Agricultura Tropical (Ciat).
Guillermo Valbuena Calderón* / Profesor de las Universidades / Sabana y Rosario