A pesar de que los conocedores de la industria aeronáutica sabían desde hace rato de los problemas de American Airlines, muchos no dejaron de sorprenderse con el anuncio según el cual la compañía se acogió a la ley de quiebras de Estados Unidos.
La razón es que pocas empresas se identifican con tanta claridad con la primera potencia del mundo y más de uno trató de ver un simbolismo de declive que no necesariamente tiene razón de ser.
Y es que los líos de la aerolínea tienen motivos específicos que no necesariamente se asemejan a la realidad del sector.
El principal es que en lugar de enfrentar sus inconvenientes a tiempo, prefirió esperar, con lo cual todas las dificultades se hicieron más grandes.
En concreto, mientras a comienzos del siglo los competidores de American hicieron reestructuraciones profundas, sobre todo en el campo laboral, esta prefirió negociar directamente con pilotos, azafatas y personal de tierra.
El resultado fue bueno en el sentido de que no se presentaron alteraciones, pero malo desde el punto de vista financiero, pues las economías que otros consiguieron no llegaron en este caso.
Por cuenta de esa situación, la empresa quedó en una condición de relativa fragilidad.
A pesar de tener en un momento dado la flota más grande y rutas muy rentables, no pudo tener herramientas efectivas para defenderse de una competencia que encontró en las fusiones y las alianzas otra oportunidad.
De tal manera, mientras Delta y United pudieron crecer y consolidarse, American se quedó prácticamente sola. Con el paso de los años, la obsolecencia de la flota y los problemas del servicio empezaron a pasarle la factura. Eso no quiere decir que desaparezca, pero sin duda ha tenido un aterrizaje forzoso.