Es bien sabido que ‘la esperanza es lo último que se pierde’, como reza el conocido dicho. En ese sentido, la posibilidad de que Grecia llegue a un acuerdo con sus socios de la Unión Europea y consiga las condiciones que le permitan estar en el bloque comunitario, seguirá vigente hasta la última hora.
Sin embargo, las probabilidades son cada vez menores a medida que avanza el reloj. Al cabo de incontables reuniones con los delegados de Atenas, el Viejo Continente se enfrenta a un escenario impensable hasta hace poco: que el club de 28 naciones expulse a uno de sus miembros por no cumplir el reglamento interno.
El problema es el mismo de siempre. Mientras Bruselas exige compromisos que implican recortes presupuestales, con el fin de que los griegos puedan honrar sus deudas, el Gobierno del primer ministro Alexis Tsipras se resiste, pues llegó al poder en enero gracias a sus posturas en contra de la austeridad.
Tal como se encuentran las cosas, la nación helénica no tendrá el dinero que necesita para hacerle un importante pago al Fondo Monetario Internacional a finales del mes, ni mucho menos para cancelar futuros vencimientos. En ese momento, se declarará una moratoria con consecuencias imprevisibles.
Y es que mientras unos dicen que no va a pasar nada, pues el golpe es manejable, otros insisten en que crearía un efecto dominó que contagiaría a España e Italia. Además, la cuna de la democracia tendría que abandonar el euro y regresar a la dracma, lo cual daría origen a múltiples traumatismos.
Anticipando tal escenario, los ciudadanos han retirado 3.000 millones de euros de los bancos griegos en días recientes. La gente detecta que la voluntad de arreglar el impasse es poca, con lo cual es desenlace parece ser uno solo.
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