A escasos días de las elecciones que definirán el nombre del próximo Presidente de la República, es claro que nada está claro. Así se podría resumir la situación ante la presencia de encuestas que van en direcciones diferentes.
Y es que el elector puede encontrar sondeos que le dan la victoria ya sea a Juan Manuel Santos, a Óscar Iván Zuluaga o que hablan de un empate técnico entre los dos aspirantes. Aunque, en teoría, la estadística tiene un nivel de confiabilidad elevado en este tipo de ejercicios, la verdad es que las diferencias observadas van mucho más allá de un simple margen de error.
Quienes saben de estas cosas anotan que hay elementos que pueden influir en los resultados. Por ejemplo, no es lo mismo si el cuestionario se aplica de forma personal a si se hace por vía telefónica, pues eso no solo limita el universo de electores -en contra de las personas de mayor edad y los más pobres-, sino también la calidad de las respuestas.
Más complicado todavía es la ponderación, según grupos etarios y zonas geográficas. Para citar un caso, la Costa Atlántica tuvo un peso inferior al esperado en la primera vuelta, pero nadie sabe a ciencia cierta si los patrones de abstención van a seguir o si vendrá un cambio radical en las tasas de participación.
Como si todo lo anterior fuera poco, el voto en blanco ha probado ser voluble y existe el margen de que en estos días en los que habrá nuevos debates, sectores de la opinión oscilen en uno y otro sentido. Debido a ello, y aparte de los partidarios de cada postulante cuya visión se ve sesgada por sus respectivas preferencias, lo que se encuentra en los comentarios publicados es, en el mejor de los casos, una adivinanza educada.
Poco de eso importa en ocasiones en las cuales hay un favorito notorio, que es lo que ocurre normalmente. Más allá de que las cifras finales siempre generan interés, lo usual es que los especialistas hagan bien sus apuestas.
Sin embargo, en el caso presente, la lucha es tan cercana que ni Santos ni Zuluaga pueden afirmar en su fuero interno que están seguros de su victoria, más allá de que lo reiteren públicamente. Eso hace que las horas que restan sean cruciales, pues aunque los actos populares están prohibidos, las apariciones en los medios de comunicación o el uso de las redes sociales y la publicidad, no.
En consecuencia, viene el tramo crucial de la carrera, el mismo en el que hay que sumar, pero al tiempo medir las palabras. Porque cualquier cosa que diga un candidato, también puede ser usada en su contra.