Desde hace años Argentina se había convertido en motivo de crítica y burla en el mundo de los economistas, debido a la poca credibilidad de sus estadísticas. El caso más extremo era el de la inflación, pues los datos oficiales sobre la evolución de los precios no tenían relación alguna con las mediciones que se hacían a nivel provincial o por parte de instituciones independientes.
La situación llegó a tal punto que hace un tiempo el Fondo Monetario Internacional le dio un ultimátum a Buenos Aires: si no quería ser excluido de las cuentas de la institución y ver afectadas sus relaciones financieras a nivel global, tenía que contar con un sistema técnicamente sólido.
Como consecuencia, fue definido un nuevo índice cuyos datos empiezan a conocerse. Estos confirman que en el país austral hay una espiral alcista que bien puede calificarse como inquietante.
En concreto, el alza en los precios acumula un incremento del 7,2 por ciento en el primer bimestre. Si al ejercicio realizado se le agregan los números que habían sido calculados en el ámbito regional, la inflación en el último año habría ascendido al 32 por ciento, la segunda más elevada de América Latina después de la de Venezuela.
La pregunta, sin embargo, es si los viejos vicios van a volver. Más de un especialista señaló que, dados los efectos de la reciente devaluación del peso, la cifra de febrero resultó ser relativamente baja. No obstante, la mayoría de los conocedores sigue defendiendo la veracidad del ejercicio, por lo menos hasta nueva orden.
Pero más allá del debate, el ejercicio de sinceridad se convierte en un nuevo dolor de cabeza para el Gobierno de Cristina Fernández, pues una serie de gastos dependen de la inflación. Por lo visto, decir la verdad cuesta.
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