No deja de ser una ironía que justo cuando el café ha vuelto a recuperar los niveles de producción perdidos durante un buen número de años, tenga lugar la renuncia del gerente del gremio. Aunque los rumores venían desde hace rato, la partida de Luis Genaro Muñoz causó algo de sorpresa entre propios y extraños.
Aun así, es claro que se mantuvieron las formas que hacen parte de la tradición institucional. En lugar de sacar los trapos al sol, el Comité Directivo emitió un comunicado alabando lo hecho por el dirigente saliente y dejando en claro que piensa adelantar un proceso de sucesión ordenado.
Es indudable que a pesar de ello la feria de rumores no terminará. A lo largo de casi un cuarto de siglo en la Federación Nacional de Cafeteros, Muñoz tuvo la oportunidad de establecer muchas alianzas y dejar uno que otro enemigo. Unos y otros se encargarán de dar su versión de lo sucedido, siempre con miras hacia lo que viene.
Por tal razón, el Gobierno tiene que ser capaz de jugar bien sus cartas, buscando ser un factor de unión y no de disociación. A pesar de que la tentación de doblegar voluntades es grande, y más de uno quiere meter baza en la designación del nuevo gerente, una estrategia equivocada puede volverse en contra del Ejecutivo.
Y este no necesita crearse nuevos problemas con los cultivadores del grano. La baja en el precio interno es un factor que llevaría a nuevas exigencias, justo cuando la holgura presupuestal de antes ya no existe. Además, la capacidad de enfrentar movilizaciones populares se ha reducido y podría tener consecuencias políticas.
Debido a ello, el compromiso debería ser con la actividad cafetera que hoy se encuentra mejor que antes. El programa de renovación –que con tanta terquedad defendió Muñoz– resultó exitoso. Esa debería ser la base de lo que se construya en el futuro.
Ricardo Ávila Pinto
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