Entre las múltiples expresiones que se escuchan, ahora que el dólar franqueó la barrera de los 2.900 pesos y la tasa de devaluación se acerca al 55 por ciento en los pasados 12 meses, se encuentran las provenientes de un grupo de personas que no esconde su júbilo: quienes reciben remesas de dinero enviadas desde el exterior.
Y es que la depreciación de la moneda nacional se ha traducido en un significativo aumento en el ingreso para cientos de miles de familias, cuyo sustento depende de lo que les envían sus familiares desde otras tierras. Aunque no todas las divisas han cambiado de precio en la misma proporción que el billete estadounidense, el efecto global es positivo.
Más importante todavía es que la plata sigue llegando. Según datos del Banco de la República, en el primer trimestre del 2015 arribaron al país 1.021 millones de dólares, una cifra ligeramente inferior –en 1 por ciento– a la registrada en igual lapso del año previo.
Y no es que todo se mantenga igual. Venezuela, que desde hace tiempo era la tercera fuente más importante de esos recursos, prácticamente desapareció de las estadísticas, en respuesta a las medidas restrictivas adoptadas por el gobierno de Nicolás Maduro. A su vez, España también experimentó una caída importante, dados los líos que tiene.
En contraste, Estados Unidos mostró un sólido crecimiento, al igual que otros países como Canadá, Panamá o Chile. Incluso Ecuador, que no se encuentra en la mejor situación, registró un alza, quizás porque los colombianos que habitan allá quieren cubrirse ante las dificultades que enfrenta la nación vecina.
Pero, más allá de las explicaciones individuales, el mensaje es que esas remesas impactan positivamente la demanda. Y en este caso, los efectos de la devaluación se sienten de inmediato.
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