Incluso en un país que a veces parece haber perdido su capacidad de sorprenderse ante los actos más execrables, la declaración que hizo el viernes pasado en La Habana el integrante de las Farc, Carlos Antonio Lozada, genera una sensación de estupefacción. Al hablar del irreparable daño ambiental causado en los ríos, esteros, playas y manglares que circundan a Tumaco, el guerrillero sostuvo que son las políticas del Gobierno las responsables de un constante ‘ecocidio’.
Quizás el único asomo de arrepentimiento fue la afirmación de que “no nos enorgullecemos del resultado de las acciones contra las infraestructuras petroleras”, a lo que siguió el reconocimiento de que lo ocurrido “ha tenido terribles y no deseadas consecuencias”. Ante el hecho, la solución propuesta fue la de insistir en el cese al fuego bilateral que ha sido una de las banderas del movimiento subversivo desde un comienzo.
Ante tales afirmaciones, es necesario comenzar por criticar la lógica perversa utilizada por Lozada. Aun si se acepta que el Estado ha sido incapaz a la hora de evitar el deterioro del medioambiente, la respuesta no es del derrame de 80.000 barriles de crudo, una cantidad que hace de este evento el peor en la historia del país.
Con razón, el propio Juan Manuel Santos denunció el cinismo de las Farc, al respaldar el contenido de la encíclica Laudato Si, dada a conocer hace poco por el Papa Francisco, mientras los integrantes de diversos frentes continúan con la voladura de oleoductos. El ataque descrito se suma a otras acciones, como la de verter el contenido de varias docenas de carrotanques en una carretera del Putumayo, en días recientes.
Más incomprensible todavía, es que un movimiento que aspira a cambiar sus fusiles por la participación en política, continúa enemistándose con la ciudadanía. ¿Cuál será la credibilidad de planteamientos que eventualmente prometan el bienestar de la población cuando la realidad habla por sí sola?
Y para completar las cosas, el tono desafiante que ha sido la constante hasta ahora, sigue siendo la norma. Nada de contriciones ante los que son errores indiscutibles. A cambio, lo que el colombiano de a pie registra son las salidas altisonantes en las que la culpabilidad se le atribuye al adversario. Por tal motivo, bien se dice que el principal problema que tienen las Farc no es con el Gobierno de turno o con los militares. Es con la gente, que no les cree.
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