Cuando comenzaron las discusiones sobre el más reciente paquete de ayuda concedido por la Unión Europea a Grecia, uno de los puntos más complejos tuvo que ver con el rol de la banca comercial.
Desde un principio, la canciller de Alemania, Angela Merkel, insistió en que las entidades financieras tenían que asumir parte de las pérdidas, ante la incapacidad de Atenas de cumplir con sus obligaciones.
Eso, a primera vista, es lo que ocurrió la semana pasada.
Y es que aparte de los 109.000 millones de euros que recibirá la nación mediterránea, los bancos aceptarán sustituir más de 50.000 millones de euros en bonos de corto plazo, por papeles a términos más largos. Bajo ese punto de vista, habrá una pérdida, pues el dinero se tardará más en ser recuperado.
Sin embargo, quienes han visto la letra menuda del arreglo se han dado cuenta de que el riesgo de los nuevos documentos de deuda es mucho menor. Adicionalmente, todo indica que el problema griego queda relativamente aislado de los demás que experimentan otras economías del Viejo Continente.
Puesto de otra manera, hace una semana las pérdidas potenciales en las instituciones financieras ascendían a unos 200.000 millones de euros en caso de que Grecia se quebrara, aparte de la posibilidad de un contagio al cual muy pocos habrían sobrevivido.
Ahora, en cambio, el golpe va a ascender a una fracción de esa suma, en un escenario de mucha mayor tranquilidad.
El cambio de realidad no quiere decir, obviamente, que todo esté solucionado. De hecho, hay líos serios en Portugal e Irlanda, aparte de dificultades en España e Italia. Pero desactivar la que era la bomba más peligrosa de todas es un buen comienzo.